miércoles, 17 de agosto de 2011

Sexo, natalidad y vivienda

Escucho que alguien acaba de proponer la entrega de preservativos en las escuelas a chicos y chicas de más de 13 años. Escucho también a una jefa de enfermeras de un hospital del norte de Salta explicar la oleada de maternidades de niñas y de adolescentes jóvenes.

Compruebo que la televisión banaliza el erotismo, exalta el lujo, el placer y el sexo frío. Que los intelectuales y los representantes de algunos credos debaten, empecinados y distantes, sobre las bondades o la perversidad de la educación sexual.

Constato que en las plazas del centro de Salta chicos y chicas extremadamente jóvenes exhiben su desenfreno; niñas repintadas a las 12 del mediodía, changos engominados al estilo provocativo de los suburbios neoyorkinos, se besan y abrazan acaloradamente, despreocupados, al rayo del sol.

Este cuadro, necesariamente incompleto, muestra un fenómeno que pareciera generalizarse: La ruptura entre la sexualidad, el erotismo, el amor, el pudor, la galantería, el misterio y otros factores que humanizan al sexo.

En un plano complementario, las estadísticas muestran índices de natalidad que se acercan a los más altos del mundo. Una natalidad incentivada, irresponsablemente, por una política social que sólo procura paliar la pobreza extrema a cambio de obediencia electoral.

Por otra parte, los últimos graves incidentes ocurridos en el Norte argentino, con miles de persona reclamando el acceso a la vivienda digna, son la expresión más urgente de un drama social que crece en cantidad mostrando los límites de la política social centrada en los subsidios alimentarios.

Todo indica que las ocupaciones por la fuerza de terrenos de propiedad pública o privada habrán de continuar; guiadas en muchos casos por genuinas necesidades insatisfechas, y en otros por modernas organizaciones de cuadros que mezclan negocios privados, asistencialismo social, disciplina militar y servicios político-electorales.

En muchísimos casos, sobre todo en el norte argentino, la familia, la escuela, el taller e incluso las religiones, en muchísimos casos han dejado de ocupar el papel rector de otrora.

Las familias: vencidas por la pobreza que las excluye y las condena a malvivir;

La escuela: carente de medios, de ejemplaridad y sin rumbo en materia de educación para la convivencia;

El taller: reducido como ámbito de socialización a raíz del abrumador desempleo juvenil;

Las religiones: lastradas por dogmas ideológicos que las alejan de los problemas del siglo.

Puede que todavía estemos a tiempo para ponernos en acción; para hacernos cargos, entre todos, de un enorme desafío en el que se juegan nuestro futuro, nuestro estilo de vida y la convivencia.

Educación sexual sin dogmas, programas de asistencia a las familias, creación de cuentas de ahorro para la vivienda dotadas con dinero público y privado, redefinición de las ciudades, solidaridad social y voluntariados, son algunas de las tareas urgentes.

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