Ha muerto el doctor Ricardo Munir FALU, uno de los grandes protagonistas de la política salteña, desde que en los años cincuenta comenzara su actuación en las filas del peronismo.
Fue un demócrata, versado jurista y convincente orador; un hombre de ideas que hizo gala de su vocación de diálogo.
Pero, por sobre todas las cosas, fue un hombre libre, enamorado de la libertad de pensar, de actuar y de crear; que no concebía tales libertades como antagonistas de la igualdad. Las cosas locales le preocupaban, pero advertía la necesidad de integrarlas en una visión cosmopolita.
En los últimos 3 años, el doctor Ricardo Falú me dispensó el honor de largas conversaciones sobre asuntos no solamente políticos. Su talento para interpretar los acontecimientos de nuestra historia reciente, era equiparable a la lucidez con que reflexionaba sobre el futuro de Salta y de la humanidad.
En estas conversaciones, por encima de sus opiniones, siempre bien construidas, siempre abiertas a la crítica y a la autocrítica, me impresionaban tres cosas:
En primer lugar su invariable optimismo, fundado no en un voluntarismo inocente, sino en la capacidad de diagnosticar los problemas e imaginar soluciones alrededor de aquellos ejes de libertad e igualdad.
En segundo lugar, su decisión de dejar atrás los agravios recibidos a causa de sus convicciones y de su trayectoria; los vejámenes a los que lo sometiera la dictadura instaurada en 1976 no condicionaban sus opiniones ni alimentaban deseos de venganza, lo que para mí era un signo de grandeza de espíritu.
Me impresionaban y atraían, por último, sus inmensas ganas de vivir reflejadas en sus ojos siempre despiertos a lo nuevo, curiosos y llenos de luz. Seguramente había leído a Montaigne; pero aunque ello hubiera sucedido mucho tiempo atrás, su vida de octogenario evocaba las costumbres, los modos y el ideario de aquel francés ilustrado.
Sufrió en silencio y con gran dignidad la ingratitud que en los últimos tiempos le demostraba el Partido al que había dedicado años de su vida. Lo hizo con gran dignidad, sin reproches, convencido quizá de que ello era un signo de los tiempos o un servicio más a sus convicciones juveniles.
Pero en realidad, estas cosas menores, casi personales, no ocupaban su tiempo. Había que pensar en el futuro, sin olvidar el pasado.
En fin, fue la del doctor Ricardo Falú una personalidad fascinante, que mantuvo su entusiasmo y su fuerza intelectual hasta el último aliento, desmintiendo, como todavía lo hacen Edgar MORIN y Estefan HESSEL, a quienes ven en la acumulación de años un signo de irreversible decadencia.
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