Una de esas reglas señala que las consecuencias de ciertas decisiones resultarán evidentes para el ciudadano común sólo mucho después de que fueran adoptadas. Así sucede, por ejemplo, con el vaciamiento recurrente de las cajas de jubilaciones que es percibido como progresista mientras sucede el expolio, hasta que los aportantes llegan a la edad de jubilación y descubren que sus derechos se han evaporado.
El truco más socorrido, de enorme influencia en la era de la híper comunicación, consiste en sugerir o imponer a los ciudadanos una agenda de temas a debatir que poco o nada tiene que ver con los valores, los intereses, las aspiraciones de quienes construyen trabajosamente sus vidas en un determinado espacio geográfico. En este sentido, quienes nos hablan compulsivamente del pasado, en realidad se proponen escamotearnos el presente y robarnos el futuro.
En la Argentina, agitar la corrupción (real o presunta) del pasado sirve para ocultar los enriquecimientos del presente. Sucedió, por ejemplo, con las “comisiones investigadoras” de 1955 o con la equiparación entre “corruptos y subversivos” que encubrió la ferocidad de la dictadura de 1976/1983.
También los tres peronismos se han caracterizado por su capacidad de manipular a la opinión pública, desde los tiempos de Alejandro APOLD, aquel mago de las comunicaciones que ayudó a hacer digerible lo indigerible. Puede que la actual Presidenta de la República tenga, en las sombras, un gran prestidigitado de estirpe orwelliana, o puede quizá que no lo necesite dada la contundencia y versatilidad de los medios de prensa al servicio del poder.
En la Salta contemporánea, a la prensa disciplinada por el derroche publicitario y al discurso engañoso, se suma la indolencia de las mayorías que han optado por delegar en el señor Urtubey y en sus leales (permanentes o accidentales) todas las responsabilidades de gobierno.
Vivimos los salteños una democracia harto imperfecta y excesivamente delegada. En donde muchos sucumben a la comodidad del “por algo será”, y otros se resignan ante el enorme peso institucional de una mayoría absoluta y absolutista que ha sabido eliminar o neutralizar los órganos de control republicano.
Para salir de este atolladero precisamos reformar nuestras instituciones; modificar el régimen electoral que crea forzadas mayorías absolutas; realizar un gran esfuerzo de educación cívica para formar ciudadanos conscientes de sus deberes y derechos; poner en píe los órganos de control y garantizar derechos de participación y acceso a la información pública. Y sobre todo, imponer una Agenda que huya del escamoteo e incorpore las reales prioridades ciudadanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario