Es
sencillamente imposible concebir un Estado democrático que no disponga del
Poder de Inspección y que no ejerza el Poder Sancionador. En realidad,
inspeccionar conductas potencialmente perjudiciales a derechos de terceros y
sancionar infracciones al orden legal, está en la raíz de cualquier
organización jurídica nacida para facilitar la convivencia civilizada.
Pero entre
nosotros, las cosas suceden de otro modo.
Si un vecino
celebra ruidosas fiestas hasta la madrugada, mantiene animales peligrosos sin
los cuidados del caso, saca la basura fuera de horario, no arregla su vereda, instala
una whiskería fuera de zona o invade el espacio público, lo más probable es que
usted debe soportar pacientemente estos y otros desaguisados de tal vecino.
Si un
especulador decide derribar una casa baja (incluso si está legalmente
protegida) y construir al lado suyo un edificio que deje sin agua a los
vecinos, que termine de colapsar la red cloacal, que omita las precauciones
antisísmicas, que invada el barrio de polvo, ruidos y fisgones, usted, amable
oyente, tropezará con un muro de silencio.
De nada le
valdrá concurrir a la Municipalidad pidiendo explicaciones o inspecciones. Lo
más probable es que las autoridades le escondan el expediente y que los
especuladores le demanden judicialmente por daños y perjuicios para disuadirle
o castigar su curiosidad.
Otro tanto
ocurrirá si usted constata que en vez de los 5 pisos autorizados, los especuladores,
aprovechando un descuido, construyeron 7 pisos u omitieron las cocheras.
Cuando un
profesional amigo le comenta que una cosa son los planos aprobados y otra muy
distinta la obra ejecutada y que, por tanto, la construcción alberga riesgos
eléctricos o sísmicos, ni se le ocurra pasarse por el Centro Cívico. Sería
inútil.
Supongamos
ahora que usted vive en una zona rural, en donde otro especulador (o el mismo) decidió
dejarlo sin agua, tirar abajo bosques protegidos, o instalar un Club de Campo
sin camino de acceso. Descubrirá que el Ministerio de Ambiente no existe y que
su Municipalidad carece incluso de agrimensores o inspectores. Advertirá
entonces, que vive en la selva o en el reino de lo trucho.
Si los
caminos que usted transita están llenos de caballos y vacas sueltas (sueltas
por sus dueños que quieren ahorrarse un pastaje), tampoco encontrará respuesta
de las autoridades: El 911 no llega, la Policía no tiene enlazadores ni
vehículos para retirar a los animales que amenazan la seguridad común. Si por
una de esas casualidades, un arriesgado cabo logró reducir a un caballo y
llevarlo con su bicicleta, el dueño infractor se pasará por la Comisaría y,
previo pago de 20$, recuperará a su cuadrúpedo.
El Estado Inspector en Salta, ha sido
prolijamente destruido, está amortiguado por el poder de las influencias
(familiares o políticas), o sucumbe ante el arma letal de la corrupción.
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