A consecuencia de nuestra
turbulenta historia los argentinos tendemos a identificar las crisis con
explosiones inflacionarias, con la marcha galopante del dólar, o con las
alternancias bruscas en el vértice del poder; aprendimos, además, que existen
crisis importadas, un concepto que nos sirve para eludir responsabilidades
propias.
Estas visiones sesgadas pueden
ahora impedirnos advertir que asistimos a una crisis de extensión e intensidad
singulares, y que afecta a las grandes convicciones que nos permitieron
transcurrir, con suerte dispar, las últimas décadas.
La Globalización, imaginada como
un proceso continuo hacia el gobierno mundial y hacia un mercado único, libre y
universal, se encuentra paralizada por su incapacidad de resolver los
problemas. Surge entonces el concepto de sociedad
planetaria a vertebrar partiendo de la universalización de los derechos
fundamentales, de la lucha contra los riesgos globales, y del fortalecimiento de
las regiones continentales.
La Democracia, pensada como un
Estado Electoral y un entramado de valores cuya vigencia depende de decisiones políticas
o de mercado, está dejando de satisfacer las aspiraciones de los ciudadanos que
se indignan ante la lejanía de los gobiernos. La democracia constitucional y federal es la nueva meta apenas
imaginada por los politólogos más lúcidos.
El Estado de Bienestar y su
arquetipo escandinavo resultan gravemente erosionados por la crisis fiscal, las
condiciones de producción y los desequilibrios demográficos. En realidad, en
todas las latitudes, la actual crisis sirve de argumento para recortar prestaciones
sociales.
El propio concepto de Desarrollo,
todavía identificado en las áreas más atrasadas del planeta con el dogma
productivista (producir de cualquier forma y a cualquier costo), esta siendo
revisado ante la necesidad de armonizar producción con ambiente, bienestar e inclusión
social.
La nueva sociedad planetaria
Un repaso a las condiciones
nacionales y regionales en las que se desenvuelve la crisis contemporánea, nos
muestra el caso de la Unión Europea agobiada por un complejo debate acerca de
la mutualización de las deudas nacionales, por el altísimo desempleo y por el
envejecimiento poblacional que es también, dicho sea de paso, el agotamiento de
ciertas ideas políticas hasta aquí dominantes. Afortunadamente para los
europeos, las voces que sugieren una “salida a la argentina” -que consiste en
la adopción de medidas de emergencia al margen de la Constitución-, no encuentran
eco alguno.
Si bien, como ha puesto de
manifiesto Jorge Castro en un reciente coloquio organizado por la Escuela de
Posgrado Ciudad Argentina, los Estados Unidos y China afrontan una perspectiva
de ralentización de sus indicadores de producción; tal novedad es compatible
con el mantenimiento, en el largo plazo, de una creciente demanda de alimentos
que viene de la mano del fenomenal crecimiento de las clases medias en los
países asiáticos que giran en la orbita China.
La crisis local
Debatimos acaloradamente acerca
de las dimensiones y alcances de la crisis económica argentina. Mientras la
mayoría traza un escenario de estallido donde solo resta determinar la fecha,
la profundidad del cráter y el número y condición de las víctimas, las
posiciones moderadas imaginan un proceso muy intervenido por el Gobierno que se
arroga la responsabilidad de discernir premios y castigos.
En cualquier caso, la inflación,
la situación energética, la abultada factura de subsidios, la conflictividad
social y el eventual resurgimiento del desempleo, están en el centro de las
preocupaciones de los avispados ciudadanos que viven en el sur y de sus
ilustrados científicos sociales.
Cuando el foco del análisis se
traslada al norte argentino y, de modo especial, a nuestra Salta, las cosas
transcurren de una manera distinta. La ausencia de debates, el empobrecimiento
de nuestra agenda política, la acendrada resignación y el fatalismo están, en
el peor momento, a la orden del día.
El gobierno provincial no hace
sino convalidar este peligroso estado de cosas. Su reverente actitud ante el
unitarismo patagónico-porteño, es una mala noticia para los salteños. Sus
rudimentarias ideas económicas lo vuelven promotor de la especulación
inmobiliaria, de la depredación del ambiente, del clientelismo y de la mala
calidad de los servicios públicos (educación y salud) que potencia la
exclusión.
Salta, aunque no siempre lo
advirtamos, ha dejado de ser la empobrecida región que conocimos entre los años
50 y 80, para convertirse en un pujante distrito económico. Pero, claro, esta
pujanza aparece lastrada por el unitarismo como queda de manifiesto en el caso
de las retenciones agropecuarias, las regalías y el estatuto hidrocarburífero.
Como lo soñaran el Ingeniero Pancho García y sus amigos del GEICOS, Salta
debería, con toda urgencia, volver sus ojos al Pacífico, para convertirnos en
uno de los supermercados del Asia. En paralelo, su dirigencia política y social
debería retornar al ideario federalista.
(Para "El Tribuno" de Salta)
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