Aunque este
tipo de prácticas pone en riesgo a la democracia, es muy probable que cuando
esto sucede en las sociedades políticamente cultas sus ciudadanos encuentren
pronto los caminos para desplazar a los demagogos, recuperar los valores y reinstalar
el debate de ideas en el núcleo de la política.
Por el
contrario, en las sociedades más rudimentarias es frecuente que aquel remplazo
de la política por la propaganda se conecte con el mesianismo; llegado este
momento, sus cultores procuran suprimir los disensos y, de paso, aniquilar a
los disidentes.
Como
difícilmente exista hoy una sociedad que tolere la quema de libros o el
encarcelamiento de rebeldes, el régimen unitario optará por controlar a los
medios de comunicación (incluido Internet) o, incluso, por encomendar a los
jueces el acallamiento de los disidentes.
Es entonces
cuando desde el vértice del poder parte la orden de domesticar a los partidos
políticos y a los sindicatos, de amedrentar a las organizaciones de intereses,
de copar los colegios profesionales y las asociaciones civiles, de impartir la
buena doctrina en las escuelas, de desacreditar a los opositores que,
impenitentes, se empeñen en marcar rumbos diferentes apartándose del discurso
oficial.
Los
poseedores de La Verdad, encaramados en el aparato del Estado (en uno o más de
los poderes constituidos), deciden “ir por todo” y proclaman en voz alta la
legitimidad de la guerra santa contra el error y la herejía.
El
pluralismo, la alternancia, la independencia de los jueces, la libertad de
prensa, el disenso e incluso el diálogo son las primeras víctimas de la feroz
cruzada. Por supuesto, si el país que cae bajo las garras de este tipo de
liderazgos mesiánicos cuenta con una Carta democrática y republicana, el
“mensaje” uniformador hablará de la necesidad de abolir la Constitución, que será
presentada como un obstáculo a la marcha de La Verdad, la Bondad y la Felicidad
que día y noche procuran quienes mandan.
Da igual que
los detentadores del poder profesen ideas de izquierda o de derecha que, dicho
sea de paso, abandonaran pronto para deificar las ordenes de quién
paulatinamente va adquiriendo la fisonomía de un dictador.
Las crisis profundas
y las situaciones de riesgo colectivo son ocasión propicia para verticalizar el
poder y las ideas, como lo muestra la emergencia, por ejemplo en Europa, de un
“pensamiento único” que propone que los costos de la crisis económica sean
pagados por los trabajadores y por el Estado de Bienestar. En el viejo
continente son legión los gobernantes que abandonan precipitadamente antiguas
convicciones de mercado, para poner al Estado al servicio de la decisión de
hacer recaer las consecuencias sobre las víctimas y nunca sobre los
responsables de la grave crisis.
Allí y aquí
hay muchos que en nombre del pragmatismo están dispuestos a aceptar que es más
cómodo y eficaz gobernar sin disensos, sin controles, sin ruedas de prensa, con
mayorías absolutas, con jueces complacientes; muchos líderes que han renunciado
a ser amados y prefieren ser temidos por los ciudadanos. Sobre todo si de lo
que se trata es de hacer realidad La Verdad invariablemente benéfica.
Una terrible conjura
Pero todo aquello
no es más que una enorme conspiración intelectual contra la Democracia, la Paz
y el Futuro. Pretender que hay una, y solo una, solución a los problemas que
enfrentan nuestras sociedades del siglo XXI es, además de radicalmente falso,
una vía que empobrece y termina arrastrando al precipicio a las naciones que
caen presas del “pensamiento único”.
Tanto el
problema de la moneda única en Europa, como el de los salarios y la inflación
en la Argentina admiten más de una solución. Los ciudadanos, los intelectuales,
los políticos deberíamos tener la oportunidad de debatir –sin descalificaciones
ni amenazas- las diversas alternativas.
Los divorcios peronistas
A lo largo de los últimos 70 años de
historia argentina, las relaciones entre el peronismo y la democracia
constitucional han oscilado entre el desprecio a las formas republicanas y los
intentos de democratizar prácticas de gobierno. Hoy, el “cuarto peronismo”
parece recaer en la tentación autoritaria, a juzgar por sus ataques a la
independencia judicial, a la Constitución y a las libertades fundamentales.
Mientras algunos de mis amigos, buscando explicaciones a lo inexplicable,
releen el “La Comunidad Organizada”,
descubro en “La paradoja democrática”
de Chantal MOUFFE, que la Presidenta Kirchner consulta a diario, un rayo de luz
que me ilumina brevemente.
Sucede que en la cima del poder las
ideas e intuiciones del General han sido remplazadas, en un alarde imprudente, por nuevos dogmas
radicales construidos en "la otra" Europa para ser exportados al “tercer mundo”.
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