Los
antecesores del kirchnerismo lo habían intentado en los años 70 anunciando su
pretensión de imponer, por las bravas, una “patria
socialista”. Una operación que, vista a la distancia, no solo apuntaba a
heredar al caudillo tras su inexorable muerte, sino a refundar al movimiento peronista sobre parámetros
ideológicos que basculaban entre versiones, tan extremas como superficiales,
del marxismo y del cristianismo.
Un experimento
que terminó con la expulsión de los herejes decretada por Perón, la caída de la
precaria democracia setentista, y la instauración de una feroz dictadura.
Hoy aquel movimiento histórico sufre una operación
en la que es fácil reconocer analogías con tan triste pasado. Muerto el líder,
domesticado el movimiento obrero oficial, desarticuladas las expresiones
políticas de raigambre peronista, envejecidas todas sus ortodoxias, los
expulsados de la Plaza de Mayo y los nuevos “militantes” de la antigua tendencia,
lograron lo que no pudieron lograr en los años 70: apoderarse del Estado,
controlar férreamente las estructuras del movimiento,
instalar nuevos dioses en sus altares, y formular “un proyecto de país”
sectario y excluyente.
Cuando aludo
al envejecimiento de las ortodoxias, pienso en las ideas que sostenían al movimiento peronista y en la incapacidad
de sus fieles para remozarlas adecuándolas a los nuevos tiempos.
Si bien el
peronismo fue y es el reino del pragmatismo y de todas las ambigüedades, “La Comunidad Organizada” (1949) recoge
las ideas fundamentales que sirvieron para erigir su enorme edificio político. Un
documento liminar que, años después y consciente de sus limitaciones para
navegar en los mares de la posguerra, el mismo Perón intentó actualizar: En
1971, en un discurso que incurre en el trágico error de alentar el terrorismo,
y en 1974 que presenta la versión casi socialdemócrata del Perón exiliado.
La parálisis intelectual de la ortodoxia peronista
Quienes se
reclaman ortodoxamente peronistas han sido incapaces, hasta aquí, de repensar
las bases programáticas del segundo
movimiento histórico. Se manifiestan impotentes para comprender qué está
sucediendo al amparo del histórico rótulo del peronismo. Dedican horas a leer
los textos clásicos, los mensajes de Perón, sus apotegmas y sus instrucciones, sin
encontrar en ellos los nuevos rumbos que pudieran permitir la reconstrucción
del mejor legado peronista centrado en la paz, la justicia social y la
Constitución Nacional que esa ortodoxia terminó de aceptar tras la histórico
Pacto de Olivos (1993).
Mientras esto
sucede, el kirchnerismo ha dibujado un nuevo
movimiento que (salvo quizá todavía en el Norte argentino) cada vez menos
apela a la mitología peronista. Las ideas fundacionales, los programas
históricos, los símbolos están siendo prolijamente remplazados; en unos casos
las novedades representan una simple actualización, pero en otras importan la
lisa y llana negación de aquella herencia.
Es así como
el magisterio del filósofo Carlos Astrada (que inspiró “La Comunidad Organizada”) o de Arturo Enrique Sampay (el jurista
que modeló la Constitución de 1949 y soñó con una teoría justicialista del
Estado), es arrumbado por el kirchnerismo que encuentra en MOUFFE y LACLAU sus
inspiradores de mayor calado intelectual.
Conviene,
sin embargo, advertir que estos nuevos anclajes ideológicos son, a su vez,
objeto de manipulaciones, vulgarizaciones y herejías por parte de la pragmática
kirchnerista que, por ejemplo, prefiere la “confrontación
antagónica” que define enemigos, a la “confrontación
agónica” propuesta por MOUFFE y que considera a “ellos” como simples
adversarios.
Dentro del complejo
ideario intelectual de MOUFFE caben atinadas especulaciones orientadas a
reforzar el pluralismo, junto a otras que, manipuladas, abren caminos a
delirios autoritarios. Es el caso, por ejemplo, de sus críticas al “creciente predominio del poder jurídico”,
que viene como anillo al dedo para fundamentar la actual ofensiva kirchnerista contra
los jueces independientes (que, por supuesto, exculpa a los jueces amigos). Y
también de sus ambiguas consideraciones que dejan abiertas puertas para
remplazar la política por la violencia; y esto que puede sonar ingenuo en
Bruselas, resulta altamente peligroso en la Argentina pos-peronista.
Cabe añadir
que las críticas de MOUFFE al consenso político están en las antípodas de los
postulados peronistas contenidos en “La
Comunidad Organizada”. Pero, leídas en clave kirchnerista, sirven también
para rechazar el consenso constitucional y legitimar lecturas simplemente
mayoritarias de nuestro orden jurídico fundamental.
La reconstrucción de un pensamiento democrático, liberal y
progresista
Sería
deseable que el arco político no kirchnerista (mejor si suma a la ortodoxia peronista),
asumiera la responsabilidad de repensar la Argentina en el mundo y de definir
los caminos para hacer realidad el ideario constitucional, comenzando por la
consolidación de la paz interior, las libertades, la justicia y el bienestar.
Una tarea
difícil, que plantea a cada una de esas fuerzas políticas (en donde anida la
regeneración de nuestro país), el desafío de la autocrítica y de dejar atrás el
encantamiento de sus textos liminares. Deleitarse añorando “las esencias” ni
construye mayorías, ni sirve para gobernar.
(Para El Tribuno de Salta)
No hay comentarios:
Publicar un comentario