Me refiero,
por ejemplo, a los intelectuales y pensadores, a los comunicadores sociales y a
los medios de los que se valen, a los agitadores (una especie en extinción), a
los líderes vecinales y a quienes motorizan reivindicaciones e ilusiones a
través de organizaciones no gubernamentales autónomas.
Como resulta
evidente, esta enumeración deja de lado a otros actores y categorías que pujan
por influir, ser escuchados o de algún modo participar en la configuración de
la vida política y social. De este listado, casi infinito, me referiré a tres
estamentos de opinión y acción.
En primer
lugar a los Iluminados; entendiendo por tal a las personas especialmente
dotadas para interpretar los signos de los tiempos, prevenir acontecimientos e
identificar líneas de tendencia. Los Iluminados, un poco por formación y mucho
por su condición natural, son aquellos capaces de “verlas venir”, aun cuando
tengan que nadar contra la corriente, soportar estigmas y verse envueltos en
imaginarias conspiraciones, como les sucediera a los precursores bávaros del
movimiento.
En Salta
existen ciertamente ciudadanos de todas las edades y clases que merecen este
calificativo, utilizado en sentido elogioso. Pese a no contarme dentro de categoría
tan selecta, frecuento a un par de ellos y constato la inexistencia de una
corriente Iluminista en condiciones de promover un movimiento colectivo. Les
paraliza la certeza de que la propaganda, la abulia y el fatalismo provinciano son
más fuertes que la luz que emerge de sus mentes privilegiadas y recoletas.
Carroñeros, vulgares y oportunistas
Hay, además, una legión de ciudadanos interesados en buscar mugre en todos los sitios; algunos de ellos son, además, capaces de inventarla allí donde no existe. El escenario de la política (nacional y local) es el preferido por estos profesionales de la injuria, el rumor insidioso, la denuncia y la judicialización de la política.
Para conocer
a esta casta aguerrida, es preciso diferenciarla de aquellas personas que
enteradas de un delito o de indicios ciertos de delitos, cumplen con su
obligación legal y moral de poner el caso en manos de los funcionarios
encargados de investigar y castigar. El carroñero, por el contrario, no busca
justicia sino linchamiento; su obsesión es “embarrar la cancha”, presionar
jueces, apear adversarios, desprestigiar toda acción cívica. En realidad, es un
oportunista que, en el fondo de su alma y sin apego a rótulos ideológicos,
desprecia la democracia y se aprovecha de su estilo abierto. En tiempos no muy
lejanos, la opacidad y el terror de las dictaduras arrumbaron a esta categoría o
la dedicaron a la caza de “subversivos”.
Por
supuesto, el carroñero tiene más audiencia cuando embiste a ciudadanos desasistidos,
retirados o sin llegada a Las Costas; sucede que su eficacia cae en picada
cuando se arriesga a dirigir sus dardos envenenados contra los poderosos de
turno.
La tercera de las categorías a las que quiero referirme es la que reúne las distintas expresiones de la vulgaridad. Gente que decide el rumbo colectivo según la cara del candidato, la intensidad de la propaganda o la apelación a símbolos que otrora movilizaron multitudes detrás de los grandes ideales y que ahora encubren operaciones dinásticas.
Como pueden imaginarse mis lectores, el destino de un país, de una provincia, de un municipio o de un club deportivo, depende del modo en el que se mezclan y recombinan aquellas tres categorías. En el tiempo y el espacio que nos toca vivir, lo habitual es que los Iluminados se recluyan, conversen con la almohada, frecuenten bares decadentes o se dediquen al jardín de sus casas. Su propia condición les indica que este es el tiempo de los impostores y de los audaces que, en ocasiones, en santa alianza con los carroñeros, apuestan a la propaganda pagada con dineros públicos.
A veces, me
embarga una enorme tristeza al comprobar el divorcio que separa a los
Iluminados salteños de la clase dirigente que aspira a edificar una alternativa
al “relato” que empecinadamente construyen y reconstruyen los manipuladores de
la historia y los traficantes del futuro.
Para aventar
toda sospecha sobre mi actual pertenencia cívica, me auto-incluyo en una cuarta
categoría que incluye, sin reunir, a solitarios inconformistas e inquietos, que disfrutan leyendo e
imaginando, sin la enorme presión que impone la necesidad de acertar
diagnósticos o propuestas. Vivo en una surte de galaxia bipolar, en donde se
intenta desentrañar lo ocurrido en la última de nuestras guerras civiles, tanto
como esbozar metas y tareas porvenir.
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