La historia
política de Salta muestra muchas etapas en donde las “elites del poder”
(REINHARD, 1996, FCE) se volcaron a la configuración de verdaderas Cortes, de
raigambre monárquica, encargadas de celebrar al primer mandatario, de reservar
los recursos del Estado para beneficio de las familias gobernantes, y de
facilitar la perpetuación en el poder de líderes con pretensión dinástica.
Este estilo
de gobernar, profundamente autoritario, se asienta en el secretismo, los
favores, el incienso y la discrecionalidad, y desdeña el sistema de derechos y
deberes propio de una democracia constitucional.
Así, por
ejemplo, el Boletín Oficial de Salta destila el consentido vicio de la
opacidad: Normas que se publican tarde o mal resumidas, anexos no publicados,
índices desprolijos e insuficientes, que obligan a los ciudadanos deseosos de
saber qué hace el Gobierno a pasarse horas buceando anexos o descifrando
enunciados. Cuando la preocupación ciudadana se centra en los municipios del
interior, tropieza con una oscuridad más intensa en tanto Ordenanzas y
Resoluciones no son recogidas por la gaceta oficial.
Es más: Cualquier
burócrata está preparado para negar el acceso a expedientes públicos apelando
al falso argumento de que su consulta requiere la “previa acreditación de
interés legítimo y la presentación de solicitud en papel sellado de 0,25$”. De
esta manera, sintoniza con las directrices no escritas de la “elite del poder” interesada
en preservar de ojos incómodos textos tales como los Estatutos de asociaciones
civiles, sindicatos o centros vecinales, licitaciones, consultorías, publicidad
o cualquier otro acto en donde el temeroso funcionario suponga que están
comprometidos los intereses de los “pesos pesados” del momento.
El Gobierno
trata, por todos los medios, de negar el acceso a la información pública, pese
a la raigambre constitucional de este derecho. Y no solo los ciudadanos sufren
estas restricciones; también padecemos el escarnio los abogados que, en
ejercicio de nuestra profesión, debemos lidiar con aquel secretismo, ante la
increíble pasividad de nuestro Colegio.
Un poder desmesurado y sin control
El actual
Gobernador ha logrado niveles de mando sin control realmente inéditos y abusivos.
Tan penoso éxito se demuestra en el abierto sometimiento de los órganos
institucionales de control y vigilancia a su Suprema voluntad, como es el caso,
entre otros, de la Auditoria, del Consejo de la Magistratura o incluso del
Ministerio Público.
Un éxito
antidemocrático al que hay que añadir el dominio que el primer mandatario
ejerce sobre los otros poderes del Estado, incluido el Poder Constituyente al que
puede convocar en virtud de la falsa y desmesurada mayoría absoluta que detenta
en la Legislatura Provincial.
La alternativa de los contrapoderes cívicos
Frente a
este panorama cargado de autoritarismo y signado por la ausencia de frenos
republicanos, pienso que la autonomía ciudadana está llamada a ejercer el
control y marcar los límites, en ejercicio de derechos y responsabilidades esenciales
al orden democrático.
Es verdad
que, de hecho, los salteños venimos ejerciendo estas funciones a través de reuniones,
escritos, marchas, protestas, huelgas y otras manifestaciones de la libertad de
expresión. Sin embargo este activismo cívico no alcanza, en razón de la
precariedad de nuestro tejido asociativo; una debilidad potenciada por el
propio Gobierno que usa de todo su poder para domesticar sindicatos, cámaras
empresarias, medios de prensa, o centros vecinales.
En este
contexto, el Consejo Económico Social cuya creación está a punto de aprobar la
Legislatura siguiendo, como no, los dictados del Gobernador, aparece como un
esfuerzo baladí orientado a convalidar el actual entramado de poder. Su diseño
se parece más a una nueva estructura cortesana que a un órgano de participación
ciudadana y de control republicano.
Si bien, en
mi singular opinión, Salta precisa una institución de este tipo, pienso que el
legislador, recuperada su soberanía, debería apartarse de los modelos europeos
(que promueven la presencia de los actores sociales neo-corporativos), para configurar
al Consejo como un recinto en donde confluyen las organizaciones cívicas, representativas
y autónomas que se organizan para defender los intereses generales -o parcelas
de ellos- frente a los poderes públicos y privados que los violentan o
desconocen.
Un verdadero
órgano de participación ciudadana ajustado a las necesidades de nuestra endeble
y deficitaria democracia será aquel que contemple la presencia de las
organizaciones no gubernamentales que defienden el ambiente y los recursos
naturales, que denuncian la impunidad, la especulación y el fraude inmobiliario,
que luchan contra el tráfico de drogas, la mora de la justicia, la violencia
familiar o de género, junto a aquellas que pretenden que los excluidos accedan
a bienes y servicios esenciales.
En este
sentido, el CES sería la culminación de una imprescindible política orientada a
reconocer, promover y dotar de medios institucionales a todas las voluntades ciudadanas
colectivas que se organizan autónomamente para hacer efectivos los derechos
fundamentales y las garantías de la Constitución.
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