En el ocaso
de su segundo mandato constitucional, el Presidente Juan Domingo PERÓN dispuso
tres giros sustantivos:
a) Tras los
criminales bombardeos a Plaza de Mayo de junio de 1955, tendió
(infructuosamente) la mano a los opositores[1];
b) Sumó a la
alicaída explotación petrolera monopolizada por la estatal YPF a la “California Argentina”, subsidiaria, nada
menos, que de la norteamericana STANDAR OIL, en la búsqueda del
autoabastecimiento en materia de combustibles; y,
c) Anunció
la entrada en un ciclo de moderación salarial, que sucedería a la etapa
anterior (1946/1949) en donde los salarios reales crecieron más del 60%.
Como broche
final, PERÓN convocó, bajo la consigna “Producir,
producir, producir”, al Congreso
Nacional de la Productividad[2],
un foro tripartito encargado de sentar las bases para un nuevo modelo de
relaciones laborales, flexible y en condiciones de responder a los desafíos de
los delegados del personal que, de un lado, rechazaban la moderación salarial
y, de otro, impugnaban a la burocracia sindical obediente del vértice político.
Uno de los
objetivos centrales del Congreso y de
sus conclusiones fue vincular nuevas mejoras salariales a la evolución positiva
de la productividad lo que pondría a prueba la disciplina de las cúpulas
sindicales respecto del vértice político y su capacidad de soportar el embate
de las organizaciones de base.
Conviene
añadir que el giro impulsado por el Presidente PERÓN y que se tradujo en su “Segundo Plan Quinquenal”, incluyó
medidas para impulsar las exportaciones agropecuarias[3],
en un intento por revertir una política para la producción del campo que a esas
alturas se revelaba insostenible e inadecuada.
Las nuevas
medidas fueron celebradas por el conservador (ex socialista) Federico PINEDO que,
sin embargo, no logró convencer a sus correligionarios conservadores acerca de
la conveniencia de apoyar el triple giro peronista[4]
que situaba la nueva política económica de PERÓN en las cercanías de la
dogmática liberal y capitalista de aquel tiempo.
El golpe cívico
militar de 1955 arrumbó los intentos reformistas con los que PERÓN pretendía
resolver la crisis energética, superar la “restricción
externa” (vale decir, la falta de divisas para impulsar las importaciones
imprescindibles para la marcha de la economía nacional[5]),
revertir las pérdidas de competitividad que experimentaba dramáticamente la producción
local, liquidar la espiral precios/salarios, y dejar atrás los odios que fragmentaban
a la Argentina de aquel tiempo.
2.- El “tercer peronismo” promete cambios
En un
contexto marcado por ciertas analogías[6]
con este lejano pasado, doña Cristina FERNÁNDEZ de KIRCHNER, al retornar de su
licencia por razones de salud, y detrás de las consabidas apelaciones a la “profundización del modelo”, realizó tres
anuncios -a los que me referiré en seguida- que marcan la intención de
modificar varios cursos de acción, con el indisimulado propósito de adecuarlos
a los resultados electorales adversos y a los severos desafíos que vienen del
lado de la economía y que se traducen en creciente malestar social.
En esta
etapa, las insistentes referencias a la “profundización
del modelo” cumplen, seguramente, el papel de tranquilizar a la tropa
propia, educada en las consignas del “No
pasarán”, y “Ni un paso atrás”.
Sin embargo, provocan también un efecto secundario: Desorientan a la oposición
dogmática y a ciertos analistas superficiales que se quedan en estas frases
provocadoras sin alcanzar a desentrañar las nuevas directrices de la Presidenta
de la República[7].
Permítanme
recordar que, en los años de 1990, el Presidente Carlos Saúl MENEM, al
presentar sus políticas, solía destacar que las mismas respondían a las
enseñanzas legadas por Juan Domingo PERÓN; apelaba a este argumento de
autoridad aun cuando -a mi modo de ver- las medidas se situaran lejos del
ideario del “primer peronismo”. La
Presidenta KIRCHNER utiliza el mismo recurso: Cuando se ve forzada a rectificar,
explica que, en realidad, se trata de profundizar
el modelo; inmediatamente, los formadores de opinión centran los análisis
en esta frase e ignoran el sentido y los alcances de las rectificaciones -en
ocasiones, zigzagueantes- que, desde hace un par de años viene ordenando el
actual Gobierno.
3.- La nueva agenda para problemas que no admiten demoras
En aquella
breve reaparición pública, la Presidenta, con inusual sobriedad verbal, habló
de la necesidad de dialogar con la oposición, defendió una política energética
sin prejuicios ideológicos (lo que equivale a una reiteración de su sorpresivo abandono
del acendrado “nacionalismo petrolero”[8]
que condujo a la confiscación de REPSOL), y puso énfasis en uno de los
principales problemas que lastran la competitividad de nuestra producción: los
costos del transporte que, entre otros efectos negativos, castigan a quienes
producen bienes exportables en zonas alejadas de los puntos de consumo.
Para este
nuevo rumbo, doña Cristina FERNÁNDEZ de KIRCHNER modificó criteriosamente su
gabinete y alentó la reapertura del diálogo con los sindicatos oficialistas y
con los empresarios igualmente oficialistas[9],
con miras a aminorar las pujas distributivas y, si acaso, sumarlos a las
medidas económicas, fiscales y cambiarias que habrán de disponerse para poner
en caja a la inflación galopante.
Si bien esta
medida merece ser criticada en cuanto deja de lado a las organizaciones
opositoras, resulta positivo que el Gobierno se decida a abordar los
principales problemas económicos (inflación, empleo, competitividad), escuchando
a un sector de las fuerzas de la producción. Repárese en el hecho de que este
giro en materia de relaciones del trabajo se suma a las rectificaciones que,
por ejemplo, modificaron los criterios de actuación frente a las protestas
obreras y no obreras[10],
ratificaron los ejes de la Ley de Riesgos de Trabajo, o que condujeron al discreto
abandono de la retórica de las “paritarias libres”; esto es, sin piso ni techo
impuestos por Decretos del Gobierno.
La exclusión
de las fuerzas obreras que defienden su autonomía y discrepan del rumbo
kirchnerista, es reprobable por motivos vinculados con la libertad sindical,
pero también por razones de eficacia que atienden a la capacidad de las
centrales opositoras (CGT-MOYANO, CTA-MICHELLI) y de las representaciones de
base controladas por la izquierda plural
para desbordar eventuales acuerdos de cúpulas.
En cualquier
caso, comienza a resultar evidente que una política antiinflacionaria
consistente con la negociación colectiva y con la paz laboral, requiere de
algún tipo de pacto social que promueva el empleo y contribuya a moderar
precios y salarios[11].
4.- El último bienio kirchnerista
Con todas
las precauciones que aconsejan los antecedentes erráticos que singularizan a su
gobierno, pienso que en su retorno la señora Presidenta ha dado muestras de
realismo:
En lo
institucional y como consecuencia de las movilizaciones ciudadanas y de los
últimos resultados electorales, aparecen archivados los planes de reelección y
las ideas de sancionar una Constitución Nacional Kirchnerista; no obstante, el
empeño que sectores oficialistas ponen en reformar -sin los imprescindibles consensos-
el Código Civil es un peligroso resabio de esta tendencia.
En el
terreno económico, el Gobierno -mientras sigilosamente avanza en la “devaluación interna”[12]
del peso- parece decido a abordar los problemas reales y atender los reclamos
de quienes sufren las consecuencias de pésimas decisiones que una oposición
descolocada atribuye al genio maligno del demitido Secretario de Comercio.
Por
supuesto, ni el giro pragmático de la Presidenta ni los primeros movimientos de
sus ministros son garantía de éxito.
Hará falta
mucha firmeza, talento y conocimientos técnicos para revertir errores y crear
las condiciones para que la Argentina aproveche las oportunidades que el mundo
brinda a los países productores de alimentos. Hará falta también leer
correctamente el nuevo escenario mundial y situar las políticas nacionales en
sintonía con las mega tendencias económicas y tecnológicas, muy bien explicadas
por Jorge CASTRO[13].
Sin embargo,
por aquello de que el “tercer peronismo”
es también incorregible, hay que esperar que más allá de las rectificaciones
que apuntan en la buena dirección, el Gobierno insista en su estrategia de
acumulación de poder y en sus intentos por controlar jueces, medios de
comunicación, sindicatos, colegios, cámaras empresarias, universidades, el
deporte, la cultura y los espectáculos. Pero esta es otra batalla en donde los
profetas de la “comunidad organizada
sectaria y excluyente”, enfrentan una creciente resistencia intelectual
protagonizada por los defensores de las libertades y del pluralismo; o sea, por
quienes pretendemos una Argentina democrática.
5.- Breve comparación de las agendas peronistas
Señalados
los puntos de contacto que vinculan al giro del primer peronismo (1954/1955), con los escuetos anuncios
presidenciales del pasado 10 de noviembre de 2013, resulta imprescindible
destacar que la nueva agenda kirchnerista ha omitido (al menos hasta ahora)
medidas para impulsar las exportaciones agropecuarias, reconstruyendo las
relaciones con las fuerzas representativas de los productores y exportadores. A
su vez, la apuesta presidencial por reducir costos que desalientan las
exportaciones carece (también por ahora) de las necesarias concreciones y
aparece limitada al transporte, sin abarcar otros factores que perjudican la
competitividad de nuestra producción.
6.- La posición de Salta ante este giro incipiente
Sobre este
punto, destaca el fracaso de los intentos de nuestro Gobernador por “saltar” a
la escena nacional sobre las espaldas de los salteños. Vanas han sido sus
concesiones al poder central en materia de bosques, petróleo, retenciones,
ferrocarriles, infraestructuras y coparticipación. Pero todo hace pensar que el
señor URTUBEY -lejos de propósitos de enmienda, sin tapujos ni prejuicios
republicanos-, volcará todo el poder y los recursos acumulados en estos seis
años, para conseguir otra reelección. Un objetivo que, afortunadamente, no
depende de él ni de sus epígonos, sino del acierto de los ciudadanos que deseamos
un cambio democrático.
Vaqueros,
24 de noviembre de 2013
[1] Véase su discurso de 10 de julio de 1955 que
rectificó su anterior -terrible- consigna “por
cada uno de los nuestros que caigan, caerán cinco de ellos”.
[2] GIMENEZ ZAPIOLA, Marcos “La
concertación peronista de 1955: El Congreso de la Productividad”, Editorial
LEGASA, Buenos Aires - 1988. BITRAN,
Rafael “El Congreso de la Productividad”, Editorial EL BLOQUE, Buenos Aires
– 1994.
[3] Como ocurriría 60 años después, el primer
peronismo que impuso la estatización del comercio exterior agropecuario (IAPI),
perdió la oportunidad que a la Argentina brindaban unos términos de intercambio internacional (TII) excepcionalmente
favorables.
[4] CASTRO, Jorge “El desarrollismo del siglo XXI”, editorial PLUMA DIGITAL, Buenos
Aires – 2013, páginas 119 y siguientes.
[5] La crisis externa se traduce en la cíclica
carencia de dólares suficientes “provenientes
de exportaciones genuinas capaces de financiar una alta tasa de crecimiento
sostenido”. Una carencia que “adquirió
carácter convulsivo y que cada 5 o 7 años provocó una crisis en la balanza de
pagos que, por su magnitud, arrastró incuso al sistema político” (CASTRO,
obra citada, página 66). El mismo autor recuerda que, a fines de 1948, una
comisión integrada por los ministros CEREIJO y GÓMEZ MORALES le informó al
Presidente PERÓN “que sólo restan en el
Banco Central 300 millones de dólares, insuficientes para importar un año de
combustibles y que la crisis energética que es su consecuencia, impide generar
la energía suficiente para mantener el aparato industrial” (obra citada, página
106).
[6] Observemos una curiosidad: Mientras que,
como vimos en la nota anterior, en 1948 las reservas del BCRA alcanzaban para pagar
un año de importación de combustibles, hacia 2014 las reservas de divisas
alcanzan para dos años de importaciones de gas y petróleo. Más allá de la
relatividad de estos indicadores, hay que tener en cuenta que la economía
contemporánea es mucho más compleja que la del primer peronismo.
[7] Véase RAVENTOS, Jorge “Avanti morocha. De la Plaza al Patio de Las Palmeras”, en el sitio
Web AGENDA POLITICA, Noviembre – 2013.
[8] BAILY, Samuel L. “Movimiento obrero, nacionalismo y política en la Argentina”,
Editorial HYSPAMÉRICA, Buenos Aires – 1985. También SOLBERG, Carlos E. “Petróleo y nacionalismo en la Argentina”,
Editorial HYSPAMÉRICA, Buenos Aires – 1986.
[9] Sobresale en este aspecto la exclusión de
los representantes de los productores agropecuarios agrupados en la “Mesa de Enlace”. Esta exclusión (que
bien pudiera ser transitoria) esconde otra vieja “puja distributiva” entre el
capitalismo rural y el capitalismo industrial.
[10] La llamada Ley antiterrorista, las multas
millonarias que imponen los Ministerios de Trabajo a los sindicatos
huelguistas, y las actuaciones del Secretario de Seguridad marcan, claramente,
el fin de la dogmática centrada en el eslogan que hablaba de la voluntad política
de “no criminalizar la protesta”.
[11] LEVY YEYATI, Eduardo “Cómo bajar la inflación sin dolor”, en www.perfil.com (22/11/2013). Además de los obvios
antecedentes españoles (“Pactos de la Moncloa” -1977- y acuerdos tripartitos
celebrados en los años de 1980), será útil repasar la experiencia de la
negociación colectiva durante los primeros tiempos del Plan Austral (1986).
[12] En la economía contemporánea, cuando un país
decide, por razones legales o políticas, anclar su unidad monetaria a un valor
de referencia esta constreñido a revisar su estructura de costos y sus niveles
de productividad. Así sucede, por ejemplo, en varios países de la Europa del
euro que, tras la crisis del 2008, se encontraron frente a la disyuntiva de
abandonar la moneda común o apelar a medidas de “devaluación interna”. Y ocurrió también en la Argentina de la
convertibilidad. Cuando, como en la Argentina contemporánea, el Gobierno por
razones de conveniencia u oportunidad políticas descarta (acertada o erróneamente)
devaluar el peso, los acuciantes problemas de competitividad de nuestra producción transable sólo pueden
resolverse mediante una combinación de medidas que mejoren la competitividad y
reduzcan los sobrecostos que, en nuestro caso, existen sobre todo en el área de
las regulaciones, de las intervenciones estatales y de los servicios. Mientras
que las devaluaciones explícitas del
signo monetario dañan a los salarios y a las rentas de la seguridad social, las
“devaluaciones internas” abren pujas
y negociaciones cuyos resultados no son siempre lineales.
[13] “El desarrollismo del siglo XXI”, obra citada.
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