martes, 7 de abril de 2015

Salta será una democracia agroindustrial, o no será nada


Desempleo, inseguridad, violencia, pobreza, bajos salarios, trabajo en negro, baja calidad educativa, exclusión social, deficientes servicios esenciales, y los abusos del poder, son problemas de primera magnitud en la Salta contemporánea. La solución a tamaños desafíos requiere un enfoque integral. Nada cambiará sino abordamos simultáneamente la reforma política y social, la restauración del federalismo y el cambio del modelo económico.

Se equivocan quienes, remedando a los dictadores sesentistas, plantean que una misma persona ha de perdurar en el poder para abordar primero la economía, luego los asuntos sociales y por último el retorno a la democracia.

El ejército de excluidos y sufrientes, tantas veces invocado por la demagogia, reclama un sinceramiento y un Plan de Gobierno que en cuatro años concrete las reformas imprescindibles.  La campaña electoral debería servir para identificar propuestas. No basta con inventariar dificultades ni con lanzar promesas genéricas, vacías o impracticables.

Cambiar la política

Nuestro régimen político colapsó. Produce monarcas absolutistas, megalomanía y mesianismos. Debemos pues echar los cimientos de una democracia republicana, transparente, descentralizada, vertebrada por los partidos políticos y las organizaciones sociales, y en donde las mayorías gobiernan y las minorías controlan y construyen alternativas de recambio. 

Los que quieren perpetuarse en el poder estafan a los ciudadanos. Hay que decir basta a un régimen que intenta canjear votos por ayudas; que financia sus campañas con el dinero público; y que se recuesta sobre un conservadurismo ineficaz maquillado de progresismo. 

El nuevo Gobierno deberá cancelar las reelecciones, independizar a jueces y fiscales, reconstruir los controles (Auditoria, Sindicatura, Acceso a la Información Pública, Ley de Ética), e instaurar el principio de igualdad del voto. Sin nuevas instituciones y manteniendo el vetusto modelo productivo-asistencial, miles y miles de salteños desperdiciarán sus vidas (Z. BAUMANN, “Vidas Desperdiciadas. La modernidad y sus parias”, Editorial PAIDÓS, España - 2013), sus talentos y sus ilusiones.

Completar las ayudas sociales

Integrar a los pobres y otros excluidos requiere de un Estado diferente. Un Estado que diseñe y brinde nuevas prestaciones y coordine los esfuerzos de voluntarios y organizaciones sociales. Necesitamos reformular el modelo inaugurado por las Cajas del Programa Alimentario Nacional (PAN, 1983) y el Plan Trabajar (1993). Para sumar a las ayudas materiales, servicios de asistencia personalizada a cargo de trabajadores sociales.

Las madres del paco no rescataran a sus hijos, ni cesará la violencia de género sin asistencia espiritual y cultural a cargo de especialistas. Ni los desocupados ni los alumnos con dificultades de aprendizaje se insertarán en el mundo del trabajo sin planes que apunten a la calidad y al tratamiento personalizado. 

Mientras los nuevos servicios sociales entran en funcionamiento, hay que mantener, extender y mejorar los actuales planes sociales. Donde hay una necesidad tiene que haber un derecho, no una relación clientelar.

Salta agroindustrial, minera y turística

El próximo Gobierno deberá Planificar, en ejercicio de las facultades que le concede el artículo 77 de la Constitución Provincial) un modelo de producción que libere nuestro potencial agropecuario, minero, hidrocarburífero y turístico, poniéndolo al servicio del empleo y del bienestar general. Nada de esto sucederá sin la enérgica e inteligente participación del Estado, las organizaciones sociales y nuestros mejores expertos.

El centralismo unitario convirtió a Salta en un territorio dependiente y subdesarrollado. Ha pasado el tiempo de la sumisión política y cultural de Salta a los dictados pampeanos. El Gobernador de la Provincia tendrá que abandonar el rol delegado de la Casa Rosada y exigir inversión en infraestructuras estratégicas (ferrocarriles, caminos, embalses, vertederos, y tutela ambiental), reparaciones históricas, y un régimen de promoción industrial. Salta deberá recuperar competencias de autogobierno para diseñar incentivos a la producción y al empleo.

Hay dos puntos de referencia interesantes para organizar nuestra estrategia federal. Uno exitoso, la industrialización de Córdoba (MIGNON, Carlos “Córdoba Obrera. El sindicato en la fábrica, 1968-1973”, Editorial IMAGO MUNDI, Buenos Aires - 2014). Otro azaroso, el subdesarrollo Boliviano (MACHACA, Rosendo, en Revista PUKARA, Bolivia - 2014).

En 1927 Marcelo T. de Alvear sentó las bases de la Córdoba industrial, con la fábrica de aviones que pronto construyó aeroplanos y planeadores. Luego los Presidentes Perón (IAME[1]), Frondizi (Ley 14.781/58) e Illía definieron normas e incentivos (subsidios a la energía[2], capacitación obrera); armonizaron Estado y Mercado; mantuvieron continuidad en el empeño y respetaron el federalismo.

Muchos salteños y norteños emigraron a Córdoba poniendo brazos y mentes al servicio del desarrollo industrial. El autonomismo sindical cumplió un papel complejo, chocó con el verticalismo, hasta eclosionar con las experiencias de SITRAC y SITRAM. Aviones, tractores, motores, material ferroviario y automóviles cambiaron el destino de la Provincia.

El proyecto cordobés fue metalmecánico. El proyecto salteño tendrá como meta no excluyente la agroindustria y la minería. Contamos con materia prima, trabajadores en condiciones de ser formados en las tareas industriales y abundancia de energía y recursos naturales. Nos falta pensar, desarrollar proyectos e identificar las personas y las organizaciones en condiciones de ejecutarlos. Capacitar a los trabajadores. Federalizar la acción sindical y descentralizar la negociación colectiva. Reconstruir caminos y vías férreas. Y concretar nuestro sueño bioceánico.    

Nuestras frustraciones están a la vista. Mientras los salteños nos empobrecíamos o emigrábamos, nuestro gas, energía e impuestos financiaban el consumo y la industria pampeana. El centralismo pretendió compensarnos girando bolsones de alimentos y zapatillas.

El caso histórico de Bolivia nace con los desaciertos de la revolución de 1952 y ha sido crudamente relatado, desde una perspectiva de izquierda, por MACHACA en un artículo de imprescindible lectura en clave salteña: “Porqué Bolivia jamás llegará a ser una nación industrializada”, en donde el autor somete a feroz crítica el papel de los sindicatos bolivianos tradicionales agrupados en la Central Obrera Boliviana (COB).

Si acertamos en nuestras próximas decisiones políticas,  Salta, a diferencia de Bolivia, llegará a ser una provincia agroindustrial. 

 



[1] Luego trasformada en DINFIA.  Ambas estructuras estatales suscribieron contratos con la FIAT (tractores, grandes motores diésel y material ferroviario, 1954) y con KAISER WILLIS (automóviles). La “Rastrojera”, el automóvil “Justicialista”, la moto “Puma”, IKA, Tractor “Pampa”, los aviones “Pulqui”, fueron algunos de los productos estrella del nuevo complejo automotriz, aeronáutico y metalmecánico cordobés.
[2]La energía eléctrica demostró ser la partera de la industrialización cordobesa en la posguerra” (BRENNAN, James “El cordobazo. Las guerras obreras en Córdoba”, Editorial SUDAMERICANA, Buenos Aires – 1966). El caso cordobés contrasta en este punto con el de Salta: Mientras Córdoba contó con energía eléctrica subsidiada para su propio desarrollo industrial, la producción energética e hidrocarburífera de Salta se entrega subsidiada a los industriales pampeanos.

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