Asistimos a
un largo, oscuro y absurdo debate, iniciado hace más de 40 años, y que aún
permanece abierto alrededor de esta pregunta: ¿Quién hereda a Juan Domingo
Perón y su capital político?
Es bueno
recordar que este debate fue abierto por Mario Eduardo Firmenich (comandante en
jefe de “Montoneros”) quién, tras una
de sus últimas visitas a Puerta de Hierro en Madrid, trazó estrategias
militares para suceder a Perón, y soñó con “apropiarse” del pueblo peronista[1].
Había
existido antes –a mediados de los años de 1960- un intento de suceder en vida
al mítico General, protagonizado, entonces, por el líder sindical metalúrgico
Augusto Timoteo Vandor bajo el rótulo de neoperonismo[2].
Consciente
de su finitud y de las apetencias que despertaba su legado, Perón sentenció: “Mi único heredero es el pueblo”. Y procuró dejar ideas que orientaran a sus
millones de herederos, en sendos documentos caído en el olvido cuando no
manipulados: “Actualización Política y
Doctrinaria para la Toma del Poder”[3]
(1971), y “Modelo Argentino para el
Proyecto Nacional[4]
(1974).
El panorama después del terror
Llegada la
fatídica hora, el General falleció sin que ninguna de las organizaciones
armadas (para-estatales, estatales y mixtas) que se disputaban la herencia a
fuerza de balas, explosivos y vejaciones lograra su propósito.
El peronismo
estalló en pedazos, dando lugar a una nueva disputa legitimista: Cada fracción
reclamaba y reclama para sí la pureza doctrinaria, y negaba y niega
furiosamente el pan y la sal a las demás corrientes. La determinación de cual
sea el “verdadero peronismo” -pasado o por llegar- es un intríngulis que sigue
apasionando a ciertas personalidades del envejecido mundo peronista.
Por
supuesto, las luchas por el control del aparato del Movimiento y de las
instituciones del Estado fueron (y siguen siendo) un factor de unidad que
posterga querellas intestinas. El peronismo lleva inscripto en sus genes poderosas
tendencias unificadoras que se manifiestan cuando una de las fracciones ejerce
el poder y cancela disidencias, y también cuando se trata de actuar en la
oposición buscando reconquistarlo.
En los
últimos 30 años estas unificaciones “oportunistas” se dieron alrededor de dos
experiencias de gobierno ciertamente antagónicas desde el punto de vista
programático:
Durante la
Presidencia de Carlos Menem, el peronismo intentó reformas de mercado, ensayó
sumarse al proceso de globalización, y propició un cierre del conflicto
terrorista de los años 70.
El turno
iniciado en 2002 por Duhalde y coronado por el matrimonio Kirchner representó
un giro de 180 grados, que se llevó a cabo sin abjurar (abiertamente al menos)
del rótulo peronista, siendo fácil encontrar lazos entre el kirchnerismo
peronista y el peronismo histórico.
En esta
suerte de comedia de enredos el movimiento fundado por Perón fue abandonando su
ideario esencial, hasta quedar convertido en una cáscara vacía capaz de
conservar mayorías electorales que daban entrada a experimentos programáticos
alejados de aquellas “esencias”
contenidas, por ejemplo, en el documento sobre la “Comunidad Organizada”, en la Constitución de 1949, o en las “20 Verdades”[5].
Muertos el
líder y la generación fundacional que le acompañó, el peronismo que les sucedió
fue incapaz de remozar su ideario y de construir una propuesta programática
que, conectando con aquellas “esencias”,
diera respuestas sólidas y eficaces a los nuevos problemas mundiales,
nacionales y locales[6].
Muchos de
los integrantes del “horizonte directivo” cayeron en los personalismos, se
rindieron ante los materialismos, sucumbieron al escepticismo, y se
empobrecieron intelectualmente al circunscribir sus reflexiones al respetable legado
de Jauretche, Hernández Arregui, o John William Cooke[7],
por poner hitos significativos del amplio espectro ideológico que albergó el
peronismo.
Esta
deserción de la intelectualidad peronista y su incapacidad de recrear el
ideario de forma de colocarlo en condiciones de hacer realidad las tres
banderas en el espacio de la moderna democracia
constitucional, permitieron que aquella cáscara –intencional y
convenientemente vaciada- cayera en manos de una poderosa coalición de
intereses sectoriales.
Fue esta
coalición silenciosa y solapada la que se adueñó de las siglas, de las
ceremonias y de la liturgia peronista tradicional, poniéndolas al servicio de
sus ideas egoístas, sectarias y excluyentes.
Los dueños del peronismo
A mi modo de
ver, aquella coalición está encabezada por los más lúcidos propietarios de las
grandes y medianas industrias radicadas alrededor del puerto de Buenos Aires, y
que sólo pueden subsistir en un mercado cautivo, en donde –en virtud de reglas
fijadas por el Estado- les está permitido enriquecerse a costa del interés
general y de los intereses de consumidores y usuarios.
Los capitanes de estas industrias tuvieron
el acierto de celebrar dos pactos no escritos: Uno, con la mayoría de los
dirigentes sindicales que perduran en el poder merced a las ventajas institucionales
que se derivan del inconstitucional monopolio que destrozó la libertad
sindical. El otro, con un sector de los intelectuales peronistas a quienes
albergaron en tiempos de la última dictadura militar y que actúan hoy en
sintonía con el lema “Sin industria no
hay Nación”.
Este
industrialismo prebendario contemporáneo deformó y manipuló las ideas del primer peronismo[8]
que, condicionado por la posguerra, prohijó la sustitución de importaciones y
diseñó medidas coyunturales para defender la incipiente industria nacional, sin
omitir actuaciones que apoyaron la expansión exportadora de estas industrias.
Pero, después de más de 70 años, de protecciones, ayudas y diseños unitarios los
capitanes de la industria han sido
incapaces de dar nacimiento a empresas y sectores en condiciones de competir
con el mundo, de innovar, de invertir y de crear buenos y suficientes empleos.
Estos nuevos
dueños del peronismo promovieron o toleraron, hacia comienzos del presente
siglo, los nuevos pactos que el kirchnerismo celebró con nuevos protagonistas:
los líderes de los sectores de la logística y de la banca.
Es bueno
señalar aquí, desde Salta, que este diseño
unitario sirvió y sirve para asfixiar a las economías regionales
cerrándoles toda posibilidad de desarrollo. Impuestos, tipos de cambio,
convenios colectivos salariales, inflación, inversión en infraestructura, reglas
de comercio exterior o, lo que es lo mismo, todas las herramientas de política
económica con las que cuenta el Estado argentino han sido puestas al servicio
de tan exitosa coalición que segrega al interior secularmente empobrecido y a
sus habitantes.
Cabe añadir
que en esta misma dirección actuó y actúa el nacionalismo estatista y unitario que defienden amplios sectores
del peronismo. Sus posiciones, a lo largo de la historia argentina de los
últimos setenta años, respecto de la propiedad de los hidrocarburos es un buen
ejemplo de una compacta serie de posiciones contrarias al federalismo y, por
tanto, a los intereses generales de las provincias en donde radican este y
otros recursos naturales.
En un
segundo círculo actúan los así llamados barones del cono-urbano bonaerense en
condiciones de controlar el aparato electoral peronista y, en la generalidad de
los casos, decidir la suerte de casi todos los argentinos.
Hay un
tercer anillo y es el conformado por los Gobernadores de extracción peronista
(por llamarlos de alguna manera, pese a que figuran en este selecto espacio
personas que no soportarían ningún test que tenga en cuenta sus trayectorias en
relación con las tan mentadas “esencias”)
que, al menos en las provincias del norte argentino han devenido auténticos
señores feudales que usan y manipulan la “herencia peronista” en beneficio
personal y en función de sus ambiciones electorales.
Conviene
señalar que, hacia el año 2001, esta coalición sumó el apoyo de sectores del
radicalismo bonaerense, de la diplomacia y de la iglesia católica[9],
en su triunfante empeño por derrocar al Presidente Fernando de la Rúa.
Para
completar este panorama, ciertamente muy personal, tendría que añadir al
arrinconado peronismo histórico en
sus versiones organicista, republicana y euro-peronista. Se trata, empero y
lamentablemente, de expresiones sin fuerza suficiente para liderar un
imaginario proceso de regeneración y remozamiento del viejo peronismo.
Más allá de
los debates históricos, los pasos y contrapasos de esta ingeniosa alianza
deberían preocuparnos; en primer lugar, por su capacidad para condicionar y
enfrentar al actual gobierno de la Nación y, en segundo lugar, por los daños
que sus éxitos acarrean a los productores y trabajadores salteños y del norte
argentino.
(Este artículo fue publicado en "El Tribuno" de Salta, "INFOBAE" y "Contexto").
[1] Sobre este punto, GRABOIS, Roberto, “Memorias de Roberto ‘Pajarito’ Grabois”,
Editorial CORREGIDOR, Buenos Aires – 2014, páginas 436 y siguientes.
[2] Es muy probable que la querella
así abierta estuviera en la raíz de su vil asesinato en 1969.
[3] En este documento Perón, embarcado en su
enfrentamiento contra la dictadura militar, tras repasar las ideas generales
acerca del peronismo, su historia y su doctrina, avanza en una estrategia que
no descartaba la lucha armada y otras formas de violencia. De una u otra forma,
este documento contiene elementos que contribuyeron a desencadenar la tragedia
setentista.
[4] Aquí, Perón exterioriza giros importantes
respecto del documento anterior: Advierte y asume los cambios ocurridos en el
mundo, se esfuerza por actualizar sus ideas, anima a los argentinos (no sólo a
los peronistas) a abrir la mente y, sobre todo, se desmarca de la violencia.
[5] Cualquier intento de extraer de estos
documentos los elementos esenciales y,
por tanto, con pretensiones de vigencia actual, exigiría revisar contenidos y
excluir algunos postulados por anacrónicos o contrarios a la lógica republicana
y democrática. Incluso el propio Perón alteró una de las “20 Verdades” para proclamar que “para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”,
dejando atrás el apotegma sectario “Para
un peronista no hay nada mejor que otro peronista”.
[6] El último intento de reconstrucción
intelectual fue, a mi modo de ver, el protagonizado por los peronistas
agrupados en la Organización Única para el
Trasvasamiento Generacional, cuyos aportes están recogidos en la Revista Hechos e Ideas – Segunda Época
(años de 1970).
[7] Autores esto que frecuenté en mi juventud y
a los que sigo valorando por su trayectoria y sus aportes al pensamiento
político argentino, pero sin desconocer los nuevos aportes de pensadores como
Norberto BOBBIO, Z. BAUMAN, Luigi FERRAJOLI, Edgar MORIN, S. TODOROV, Slavoj
ZIZEK, que han hecho significativos avances en el terreno de la teoría social.
Me resulta sencillamente absurdo pensar que el pensamiento político, económico
y social se detuvo en la Argentina de 1945/1955.
[8] Véase BELINI, Claudio “La industria peronista”, Editorial EDHASA, Buenos Aires – 2009.
Este autor señala que “contrariamente a
lo que se piensa, la política industrial peronista (se refiere al “primer
peronismo”) no puede definirse como
autarquizante”.
[9] Habría que analizar con más detalle el papel
cumplido por la “Mesa del Diálogo
Argentino” y sus acciones colaterales.
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