Somos pocos quienes recordamos a don Alejandro APOLD, el mago de la publicidad peronista de los años 50. Su capacidad para crear frases que conectaran con sentimientos profundos de los argentinos, fue proverbial.
A él se debe, seguramente, aquel apotegma que indica que “los únicos privilegiados son los niños”, que tuvo y tiene enorme potencial electoral.
Sin embargo, un cierto sector del progresismo local piensa que este privilegio se agota en los festejos del día del niño y en los regalos de reyes a cargo de las municipalidades, que encarnan la utopía del “Estado benefactor”.
Para esta corriente de pensamiento, la libertad de expresión está por encima de los derechos de los niños. En consecuencia, rechaza cualquier medida que, respetuosa de la primera libertad, pretenda resguardar a los niños.
Sucedió así en los años 70 cuando un valiente juez de la naciente democracia de entonces resolvió clausurar el cine Balcarce por exhibir ante una platea infantil la atroz película “Las colegialas se confiesan” plagada de escenas de zoofilia.
Y acaba de suceder en estos días a propósito de la sugerencia oficial de restringir la entrada de niños a una muestra de arte erótico que se exhibe en un museo público de nuestra ciudad.
Esta incapacidad para advertir que las libertades fundamentales deben ser armonizadas entre si allí donde surgen áreas de conflicto, acredita la condición rudimentaria de aquel sector del progresismo local.
Sus postulados contrastan con el progresismo liberal y social más avanzado, que ha descubierto, en Europa y en Estados Unidos, la necesidad de aquella armonización equilibrante, plasmándola en textos constitucionales y en las prácticas políticas cotidianas.
(Para FM Aries)
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