El odio es una enfermedad que afecta a las personas y a las sociedades humanas.
Si bien se trata de una enfermedad global y atávica, en la Argentina se presenta con matices especiales y evoluciona según ciclos históricos.
El hecho de que Salta, pese a todo, siga siendo un “pueblo chico” explica porqué el odio nace, crece y se reproduce de modo singular, consumiendo energías que orientadas hacia la fraternidad nos harían ricos y magnánimos.
Cuando el odio se infiltra en la religión, nacen las guerras santas. Cuando invade la política, emergen el subdesarrollo y los totalitarismos. Cuando se cree profético, como ocurriera aquí en los años 70, el crimen y la voluntad de exterminio recíproco suplantan al diálogo.
Hay un odio abierto y otro solapado. El primero se expresa en rostros, palabras, escritos y conductas altisonantes. El segundo corroe, silencioso, las mentes y los espíritus; transita por nuestras calles disfrazado de crítica, de ideologizado defensor de la verdad, luchando por aniquilar a la tolerancia.
Es la hidra maldita de la que habla Joaquín V. González en su luminoso libro “El juicio del siglo”. Es el discurso de Mefistófeles: “Soy el espíritu que siempre niega, pues todo lo que existe merece ser aniquilado. Por eso sería mejor que nada surgiera”.
Conociendo el paño, es que me ha llamado gratamente la atención la idea de rendir homenaje simultáneo a tres ilustres salteños que pensaron y piensan diferente, que actuaron en nuestro escenario político en papeles antagónicos.
Un peronista histórico (don Ricardo FALU), un comunista honrado, tenaz y perseguido (don Juan BENACHIO), y un demócrata federalista (don Carlos María Cornejo Costas) recibieron un merecido homenaje ante un auditorio exultante y plural.
(Para FM Aries)
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