En los EEUU, a comienzos del siglo pasado, mujeres trabajadoras protagonizaron luchas que se saldaron con víctimas femeninas.
Ayer, casi todo el mundo, vivió una jornada de conmemoración y reivindicación de la igualdad de derechos y oportunidades.
Si bien en Salta se han registrado algunos avances desde la instauración de la democracia en 1983, el machismo y la exclusión son señas de identidad de una sociedad que se resiste a cambiar.
Como es evidente, las desigualdades en razón del sexo son más acusadas y acuciantes entre las mujeres pobres o indigentes, condenadas a la violencia y al desánimo.
Los salteños solemos rendir culto a nuestras matronas, pero desdeñamos a otro tipo de mujeres que lucharon o conquistaron su autonomía.
Así, por ejemplo, ignoramos los méritos de las jefas de hogar, de las campesinas o de las monjas que sirven en los hospitales.
Mantenemos un sutil cerrojo que veda a las mujeres el acceso a los altos cargos en el gobierno y en las empresas. Demás está decir que no soy de los que creen que el asenso de las “señoras de” sea un signo de modernidad.
Corremos un tupido velo sobre aquel un selecto grupo de mujeres jóvenes de clase media que en los años 60 se sumaron tempranamente a la revolución femenina.
Restringimos hasta límites absurdos el acceso de las mujeres a la educación sexual y a las técnicas anticonceptivas. Me refiero aquí a las mujeres pobres, porque las otras se las apañan.
Eludimos hablar de las damas que, en los prolegómenos de la batalla de Salta, sedujeron a los oficiales del Ejército español. Mutilamos la biografía de Lola Mora. Colocamos en la lista negra a las escritoras de izquierda. Y, como no, algunos siguen hablando mal de doña María Greinstein.
(Para FM ARIES)
1 comentario:
Cierto, muy cierto. Esta vez pongo mi preocupación en aquellas mujeres de los 60 y -porqué no?- sumar, en su continuidad, a la década de los 70. No voy a constituírme en la única protagonista de aquellos escenarios; fuimos (para mi gusto) demasiadas las incluídas en aquellos "tiempos-visagras", en los que llegábamos a percibir desdibujadamente opciones con éste calificativo de "básicas" que hoy estoy segura de afirmar. Tal vez, o seguramente, si muchas de las que percibíamos "desdibujadamente" las posibles opciones de ser (impuestas desde un inconsciente colectivo teñido de la pseudo-omnipotencia de la mal denominada "hombría") hubiésemos contado con el convencimiento consciente de un buen nivel de autovaloración, y hoy luciríamos radiantes de autoestima plena de realizaciones. Nos estábamos refiriendo a "opciones de ser", y el mejor ejemplo que surge es aquel que nos destinaba a dividirnos entre agraciadas físicamente (desconociendo el peso de la genética) pero elementales al momento de valorar otras aptitudes, frente a aquellas en las que las virtudes genéticas no contaban pero que resultaban muy valoradas por aptitudes fundamentalmente de tinte intelectual. Tuve la suerte de encontrar en la vida a un Dr. Honoris Causa, de reconocimiento internacional, que no solamente fuera mi profesor, ya que también fue el mejor de mis psicoterapeutas. Ocurrió en el final de una de las sesiones grupales (psicoterapéuticas, digo), en la que a modo de cierre y evaluación expresó: "lamento el padecimiento de aquellas mujeres que ostentan hermosura y brillo intelectual..., la sociedad las aborta como personas integrales. Para la común masculinidad de esta sociedad "deben ser" lo uno o lo
otro; a riesgo de convertirse en una especie humana peligrosa..."
E.F.M.
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