Según la historia, hacia mediados del siglo XVII los salteños de Esteco vivían en la opulencia. La lujuria había calado hondo entre las familias mas acomodadas.
La soberbia, compañera de viaje de esos vicios, les hizo desatender los reclamos de moderación y las advertencias sobre la ira divina.
Cuentan que ciertas niñas agraciadas, burlándose, pedían “cintas color temblor” en los almacenes de ramos generales del pueblo.
El fin de Esteco es conocido por todos.
Nadie sostiene hoy que el dengue sea una plaga enviada desde los cielos para castigar nuestros excesos y nuestra impiedad.
Pero no es bueno desoír las advertencias de los científicos ni los datos de la realidad. Se equivocan pues quienes piensan que la epidemia es una creación de la prensa para perjudicar a los salteños y erosionar al progresista gobierno que supimos conseguir.
Desatender las señales de la enfermedad y negar su veloz propagación, es tan irresponsable como atribuirla a los pobres.
Desafortunadamente, hay un cierto sector de nuestra sociedad que tiende a atribuir todos los males (desde la delincuencia al dengue) a los pobres, cuando no a nuestros vecinos del norte.
La versión derechista los sindica como directos responsables. La izquierda también, aun cuando los exculpa en razón de su misma condición.
Sin embargo, compruebo a diario cómo, familias no pobres, arrojan basuras a las calles sin respeto por la ciudad y sus vecinos, e incumplen las normas de prevención.
Antes que buscar terceros culpables, bien podríamos revisar nuestros propios comportamientos y cerrar filas contra el mosquito asesino.
(Para FM Aries)
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