La campaña electoral salteña aburre y desnuda nuestras carencias políticas. Sorprende tanto por la ausencia de propuestas, como por la pobreza de ideas en el área del marketing electoral.
Cuando algún periodista independiente reprocha la falta de programas, el candidato interpelado intenta salir del paso enumerando los problemas “estoy muy preocupado por la salud, la educación, la vivienda, la seguridad”. Es decir, habla como un vecino que expone sus preocupaciones y no como un dirigente que exhibe soluciones.
La experiencia internacional enseña que una campaña electoral es democrática cuando priman los programas sobre las personas; cuando los gobiernos son prescindentes; cuando las distintas candidaturas debates sus ideas; y cuando la transparencia es la regla en materia de recursos y gastos.
Como es fácil advertir, ninguno de estos factores está presentes entre nosotros.
La destrucción de los partidos políticos y los manejos subterráneos de los poderosos acentúan los personalismos. La fragilidad intelectual de amplios sectores de nuestra clase política, convierte a los programas en trámites sin contenido ni vocación vinculante.
El Gobierno local interviene, descaradamente, con todo el peso de los recursos del Estado en el tejido de listas y en la campaña.
Ningún candidato ha expresado, al menos hasta ahora, su interés en debatir con sus colegas ante los medios de comunicación.
Quién mas quién menos oculta sus gastos y ninguno hace pública la cuantía y la fuente de sus recursos.
En resumen, asistimos a una campaña impropia de una sociedad que se pretende políticamente culta e intelectualmente desarrollada. Una campaña que no está a la altura de los desafíos presentes y futuros que enfrentamos los salteños.
(Para FM Aries)
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