José Ignacio García Hamilton fue un intelectual sólido, un político honrado, un amante de la libertad. También un renovador del relato histórico argentino y una persona de extraordinaria calidad humana.
Lo conocí en 1961, cuando ambos iniciábamos nuestras carreras en la Facultad de Derecho de la Universidad de Tucumán.
Sobresalía entonces por su inteligencia, sus finos modales y su elegancia tradicional. En un tiempo cargado de prejuicios, la izquierda reformista, a la que yo mismo pertenecía, lo miraba con desconfianza por su condición de miembro de la familia propietaria del diario “La Gaceta” de Tucumán.
Pero pronto su comportamiento fue demostrando que no todos los dueños de diarios de provincias son personajes dados al abuso del poder, a la ostentación o a esa fea costumbre de mezclar periodismo y negocios usando ambos para hacerse con el poder del Estado.
En aquellos comienzos universitarios transitamos distintos caminos: José Ignacio se enroló en el humanismo (una opción de centro derecha), yo abracé la causa reformista que expresaba a la izquierda de entonces.
Mas tarde, sus inquietudes lo llevaron a fundar un diario de tinte beligerante, sorprendiendo a quienes lo encuadrábamos en el conservadurismo de raíz cristiana. La intolerancia de entonces lo encarceló encasillándolo en ese espacio que, en un peligroso alarde de ambigüedad, se denominó “la subversión”.
Su inteligencia, su talante y los valores que inspiraron su vida le preservaron de incurrir en los errores que, en los años setenta, caracterizaron a nuestra generación. Para conducirlo luego a posiciones políticas con ejes en la democracia, las libertades, la tolerancia y el ideario republicano.
Aquí, alrededor de estos ejes, José Ignacio García Hamilton y yo volvimos a encontramos. Esta vez en amistosa coincidencia.
(Para FM Aries)
No hay comentarios:
Publicar un comentario