Desde el punto de vista laboral, el modelo productivo que sobrellevamos desde 1930, fue el resultado del desempleo rural y de salarios urbanos que incentivaron las migraciones internas e internacionales.
En realidad, el famoso Estatuto del Peón, que en su día sirvió para aliviar las miserias de los trabajadores del campo, no es más que una pieza de aquel modelo que Salta, junto a todo el norte argentino, padeció y padece.
Si, como dicen los nuevos empresarios rurales, las explotaciones agropecuarias son hoy organizaciones modernas que incorporan inversiones, tecnologías y gerencias profesionales, resulta anacrónico un régimen laboral como el del Estatuto del Peón.
En aquel nuevo modelo productivo que vengo esbozando, los trabajadores del campo se incorporarán al ordenamiento laboral ordinario y tendrán derecho a negociar sus salarios en iguales condiciones que los obreros industriales.
Así como las enormes rentas que producirá el Gran Supermercado de Alimentos Argentinos no serán expropiadas por el Estado (como viene sucediendo hasta hoy a través de las retenciones), deberán abrirse a la participación de los nuevos asalariados rurales tanto como a una nueva fiscalidad municipal.
Los buenos salarios retribuirán la productividad, permitirán condiciones de vida digna, e incentivarán el retorno de obreros a los centros de trabajo erigidos en pueblos y ciudades reconstruidos para servir a la nueva economía agroindustrial.
Por supuesto, tales incentivos transformarán nuestros mapas demográfico, electoral y sindical.
No tendrán cabida en él ninguno de los gordos que viven del viejo modelo y sus negocios conexos.
Los nuevos trabajadores del campo provendrán de las ciudades. Tanto si tienen experiencia industrial como si viven hacinados, esperando un bolsón o unas chapas que el puntero les acerca a cambio de su voto o de su esperanza. Muy fuerte, ¿no?
(Para FM Arias)
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