Muchos ciudadanos se quejan, con razón, de que no exista una oposición política suficientemente articulada. Una oposición capaz de construir una alternativa, de controlar al Gobierno y de colocar, en 2011, en la Casa Rosada a nuevas ideas y a nuevas personas.
¿A qué o a quiénes atribuir esta grave carencia? Pienso, modestamente, que la inexistencia de una oposición sólida está en íntima conexión con la destrucción del sistema de partidos y con las severas debilidades de nuestra cultura política colectiva.
Nuestros partidos estallaron durante la terrible crisis de 2001/2003. A partir de entonces, la ineptitud de los liderazgos, la abulia ciudadana, los intereses corporativos y la férrea voluntad de quienes detentan el poder, vienen impidiendo su reconstrucción.
El sectarismo y la falta de ideas dividen y paralizan a la oposición, para beneplácito de las familias, camarillas, corporaciones, camanduleros y difamadores que hoy usurpan el papel que nuestra Constitución asigna a los Partidos Políticos.
Las posibilidades de construir alternativas son hoy escasas y arduas, en un escenario donde dominan los dineros opacos. El manejo espurio de recursos estatales y la inexistencia de un régimen transparente de financiación de la política, consolidan esta suerte de perversión de la vida política.
Pero quiero hacer hoy hincapié en un factor poco analizado: Me refiero a las nuevas formas de violencia y terror que han reemplazado a otras más antiguas y brutales. Si antes el objetivo de los violentos era la vida de sus adversarios, hoy lo es su honra.
Se trata de formas sutiles pero perversas y eficaces; como lo ponen de relieve dos hechos: Las desventuras de Carlos Reuteman (cuya honra y dignidad amenazan ser destruidas por poderes ocultos), y la tormentosa sesión del Senado de la Nación en la cual un balbuceante Vicepresidente de la república dio su voto “no positivo” mientras otros pidieron autorización para asistir armados.
(Para FM Aries)
No hay comentarios:
Publicar un comentario