Como viene sucediendo desde hace más de 120 años, este 1° de Mayo los trabajadores de casi todo el mundo han hecho un alto para recordar sus luchas, homenajear a sus mártires y reflexionar sobre su siempre inquietante futuro.
En la Argentina, el sindicalismo oficial que lidera el señor Moyano ha preferido conmemorar la fecha confraternizando con el poder político de turno, en una suerte de reconocimiento agradecido a la alianza que le une con la contemporánea versión gobernante del peronismo.
Una alianza que, por cierto, parece haber dejado de lado las discrepancias que, en los años 70, los enfrentara ferozmente a través de consignas (“se va a acabar la burocracia sindical”) y de balas (que asesinaron a dirigentes sindicales como José Ignacio RUCCI, entre otros). Estamos, a mi entender, ante una buena noticia aunque se trate de un gesto de paz dictado mas bien por el puro interés antes que por convicciones emparentadas con la verdad y los principios.
En realidad, salvo en momentos muy concretos de nuestra historia, el sindicalismo oficial (que más valdría llamar sindicalismo de Estado) hizo gala de sus estrechos vínculos con quienes gobernaban, fueran estos militares, peronistas ortodoxos, peronistas liberales o esta extraña cosa que se autodenomina peronismo progresista y transversal.
En el terreno de la organización obrera, nuestro país muestra una clara anomalía: la presencia de un sindicalismo oficialista que rehúsa la libertad sindical, que reniega de la autonomía, que desdeña la democracia interna, que practica una solidaridad corporativa y que se muestra incapaz de insertar su acción reivindicativa dentro de los cánones de la convivencia republicana.
La cerrada defensa del monopolio sindical, la subordinación de su estrategia a la alianza con los gobiernos, la presencia de liderazgos eternos o hereditarios, la fragmentación de las Obras Sociales sumada a la incapacidad para coordinar la negociación colectiva, y las huelgas salvajes, son muestras de aquella anomalía nacional.
Los sindicatos oficiales argentinos representan (unas veces por elección de los trabajadores, pero otras por imposición del Ministerio de Trabajo) solamente a quienes tienen un trabajo estable y registrado. Vale decir, se desentienden de la enorme franja que integran los desocupados, los trabajadores en negro, los asalariados fuera de convenio y las personas directamente excluidas de los circuitos que dignifican la vida humana.
Anclada en visiones ideológicas anacrónicas, la CGT oficial tolera o alienta las llamadas devaluaciones competitivas. Además, y pese a su larga experiencia conviviendo con la inflación, ha sido incapaz de construir una política reivindicativa que en el terreno de la política y en los convenios colectivos defienda eficazmente el poder de compra de los salarios.
En fin. Un apresurado balance de nuestro Primero de Mayo de 2010, revela, como casi siempre, zonas de luz (la pacificación y las paritarias) junto con áreas de sombras (la ausencia de libertad sindical y de democracia interna).
(Para FM Aries)
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