Acabo de regresar de Madrid y quisiera compartir algunas consideraciones acerca de la situación de España, el país que me albergó durante casi 14 años.
Comenzaré, es casi inevitable, con unos breves comentarios acerca de la crisis que soporta Europa, y que en España adquiere una dimensión preocupante en atención a sus 4 millones y medio de desempleados, al alto endeudamiento de las familias y del sector público, a un modelo bancario con segmentos obsoletos y dependientes de corporaciones que se resisten a modernizarse (me refiero a las llamadas Cajas de Ahorros), a las carencias del ordenamiento jurídico laboral y al agotamiento de un modelo productivo basado en la construcción de viviendas y en el turismo.
La evolución de los acontecimientos económicos parece haber sorprendido al Gobierno del Presidente Zapatero y terminado de desorientar a una oposición recalcitrante. Mientras los gobernantes socialistas se abocan a la tarea de recortar beneficios sociales e intentan poner en marcha una nueva economía, la derecha española sigue, sin decirlo, las recetas que propala nuestra Presidenta, doña Cristina Fernández de Kirchner negando la necesidad de ajustar gastos y prestaciones a los recursos efectivamente disponibles.
Se trata, bueno es advertirlo, de un seguimiento en donde los seguidores no reconocen la fuente de inspiración, dado el notorio desprestigio que las experiencias argentinas tienen en Europa.
Pero más allá de las cifras que brindan los especialistas, son muchos los observadores que comienzan a advertir que el principal problema de España es su alarmante déficit de productividad y el correlativo aumento de sus costos unitarios de producción. Un déficit que es enorme en el sector de las administraciones públicas, y notorio también en muchas actividades industriales y de servicios.
Es que los años de bonanza parecen haber relajado la cultura del trabajo y del esfuerzo en amplios sectores. Una cultura que, no obstante, conservan los inmigrantes que en términos generales soportaron jornadas extenuantes, bajos salarios y trato discriminatorio mientras duró la expansión, y que ahora son los primeros castigados por la desocupación.
Junto con aquel déficit de productividad, la crisis -que se desenvuelve en el marco de una unión monetaria que proscribe las devaluaciones- ha puesto de manifiesto las inequidades de los regímenes de incentivos, premios y penalidades. Incluido el régimen de negociación colectiva de los salarios y de las condiciones de trabajo. Se trata, ciertamente, de inequidades que han forzado consecuencias sociales no queridas, por ejemplo, sobre la natalidad y la estructura de las familias.
Sin embargo, más allá de la intensidad de la crisis y de la inicial desorientación de su clase política, todo indica que España superará el desafío y que en un plazo que se mide -eso si- en años de esfuerzo y sensatez, recuperará la senda de crecimiento económico y de progreso social.
Entre otras razones, por su inserción en Europa, por el talento de sus pensadores, por la madurez de su opinión pública, y por la calidad de sus instituciones fundamentales.
(Para FM Aries)
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