Los aeropuertos de nuestro país son territorio dado a la especulación y a los abusos. Allí, pasajeros y acompañantes son víctimas de monopolios que aprovechan su poder para saquearlos. Así sucede, por ejemplo, en los bares y confiterías aeroportuarios, en los quioscos que expenden galletitas o agua, en los puestos de internet, en las playas de estacionamiento y, cuando los controles policiales se relajan, en los servicios de transporte terrestre.
En Salta la situación es especialmente indignante. Salvo quizá en la oportuna librería, los pasajeros soportan precios abusivos en todos los comercios del área. Para colmo, los titulares del monopolio para vender agua y bebidas refrescantes han proscripto las máquinas expendedoras que son comunes en todos los aeropuertos del mundo.
De modo que sin un paisano es asaltado por una sed imperiosa o decide comerse el sándwich que se trajo de casa, no tiene más remedio que pagar lo que se le antoja al todopoderoso propietario que, dicho sea de paso, detenta varias concesiones.
Nuestro aeropuerto carece del servicio wi-fi y es de suponer que cuando sea implantado se convertirá en una beca más para los mismos.
La playa de estacionamiento es también un negocio fácil para estos mismos, que se han dado recientemente a la tarea de fijar reglas y tarifas para cerrar el paso a los ingeniosos usuarios que procuran burlar el monopolio. Si usted, amable oyente, decide ingresar para averiguar a qué hora llega su novia o su cliente, y luego regresa justo a tiempo para recogerla, no podrá disfrutar de la franquicia que ampara a los 15 primeros minutos de estadía.
Si tropieza con una demora de los vuelos o si llega con tiempo para disfrutar un rato en las adyacencias del aeropuerto sin ingresar a la voraz playa, se encontrará con severas restricciones para estacionar en los sitios públicos que rodean el recinto donde imperan los monopolios.
Los pasajeros que arriban a nuestro aeropuerto, que para muchos despistados sigue llamándose El Aybal, y que no tienen más remedio que salir de allí en un medio de transporte público, caen en las redes entretejidas por aquellos mismos. O sea, tributarán al afortunado concesionario, tanto si optan por el minibús como si se deciden por un remisse. Quiero decir que pagaran lo que cuesta el viaje más el diezmo o gabela anexa al monopolio.
Las quejas crecen entre los usuarios habituales u ocasionales. Y es probable que el señor ministro de Turismo y Cultura, cuando anunció el fin del monopolio del transporte afirmando que en Salta nadie tiene la vaquita atada, haya percibido este malestar.
Quisiera felicitar al señor ministro por esta medida y por su discurso antimonopólico; no sin antes recordarle que, lamentablemente, en Salta quedan muchos que tienen la vaquita atada gracias a mercedes, antiguas y recientes, que convalidan quienes detentan el poder.
(Para FM Aries)
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