Las asimetrías o la manipulación de la historia nos impiden conocer muchos de los detalles relacionados con el descubrimiento de América. Mientras se debate acerca de los derechos actuales de los pueblos originarios, me asalta una inquietud ¿Qué habrá sido de la vida de los primeros aborígenes americanos que pisaron tierra europea?
Abundan los relatos y los documentos acerca de las aventuras y desventuras de los españoles, al menos de aquellos que investían la condición de principales, que llegaron con Cristóbal Colón y con quienes le sucedieron en la empresa de conquista y colonización.
Pero, salvo que fueron bautizados asignándosele nombres españoles, nada sabemos de la suerte de los primeros seis aborígenes que trasladó Colón a la presencia de los reyes católicos. Alguno habrá muerto de melancolía; otro víctima de enfermedades europeas; pero seguramente el más bizarro de ellos habrá enamorado a alguna doncella castellana, dando principio a una estirpe mestiza cuyos rastros se han perdido.
La segunda expedición estuvo integrada por los 300 americanos originarios (por llamarlos de un modo expresivo), que el mismo Almirante envió a la península para venderlos como esclavos, con la recomendación de que no le atiborraran de comida. Es sabido que muchos de ellos regresaron, pero ignoramos también sí, como es probable, antes de hacerlo enamoraron a andaluzas deseosas de descubrimientos íntimos.
Al deslizar estas hipótesis, únicamente pretendo llamar la atención acerca de una faceta ignorada del encuentro entre españoles conquistadores y aborígenes conquistados. Nadie duda del abundante mestizaje que se produjo en las tierras de América en donde los varones españoles uniéronse con aborígenes bellas y no tan bellas. Muchos recuerdan el apasionado amor, que terminó en formal casamiento, entre doña Inés, princesa Inca, y don Francisco de Pizarro.
Pero son pocas las huellas referidas a los primeros encuentros amorosos entre civilizaciones que se produjeron en las alcobas, los zaguanes o los pastizales ibéricos. Muy cerca nuestro, los triunfadores de la empresa de conquista, se ufanan, por ejemplo, de las hazañas amatorias de don Nicolás Severo de Isasmendi en tierras de Molinos, pero ocultan de manera vergonzante el poder de seducción que los bravos y esbeltos calchaquíes ejercieron sobre las damas blancas deslumbradas por la novedad o vencidas por su irrefrenable inclinación a lo distinto y sufriente.
En resumen: Es bueno conocer y admitir que el llamado descubrimiento de América (y más tarde, de Salta) dio lugar a un espléndido mestizaje, dictado por la oportunidad y el amor sin fronteras, y que se reprodujo luego en miles de encuentros. Un mestizaje creador y luminoso que continúa reproduciéndose entre nosotros, superando las taras del racismo y la discriminación e incluso, en ocasiones, las barreras de las clases.
1 comentario:
Hola Armando querido amigo y maestro!!! Que lindo, bueno e interesante resulta leerte. Más para quienes admiramos tu pensamiento tan profundo y comprometido. Gracias por estos aportes que son agua fresca en medio de tanta confusión!!
Un abrazo. Gabriel Oliverio
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