Desde que el mundo es mundo, los seres vivos huimos de las Ciénegas como de la peste. Sabemos de los peligros de lodazales y sitios pantanosos, y de su capacidad para devorar literalmente a quienquiera cometa la imprudencia de pisarlos.
Son pocos los incautos que dan crédito al invento del fabulista genial que fue el barón de MUNCHAUSEN, según el cual emergió de una Ciénega tirándose de su propia cabellera. Me refiero al Barón que se atrevió a sostener ante el Sultán del Imperio Otomano que los vinos del emperador de Austria eran mejores que los producidos en las bodegas del Turco, polémica que dio lugar a un curioso desafío que no viene al caso referir.
Pero no hace falta ir tan lejos, pues aún antes de que el Barón de MUNCHAUSEN fuera leyenda, los salteños conocíamos los peligros de las Ciénegas. Como se recordará, nuestra Ciudad fue fundada por don Hernando de Lerma en un sitio especialmente pantanoso e insalubre, lo que obligó a nuestros paisanos a desarrollar especiales precauciones contra la furia devoradora de las Ciénegas.
A este recordatorio, centrado en la historia natural, cabe sumar una breve referencia al brillante relato que hace Lucrecia MARTEL acerca de las ciénegas espirituales, sociales y familiares que, todo hay que decirlo, acechan casi sin remedio a los salteños, con sus secuelas de abulia, relajamiento, alcohol y erotismo mestizo.
Otros antecedentes históricos hablan de los contratiempos y conflictos que suelen derivarse de la asignación de derechos de propiedad respecto de las Ciénegas salteñas. Me referiré a dos de ellos.
El primero, recuerda que don Hernando de Lerma, guiándose por rumores o por evidencias, vaya uno a saber, decidió encarcelar a su antecesor don Gonzalo de Abreu y Figueroa, a quien acusó de haberse apoderado indebidamente de tierras en zonas probablemente aledañas a la actual finca La Ciénega. Don Hernando, que tenía un genio horrible y actuaba con escasa sujeción a la ley, torturó y vejó de mil maneras al citado con Gonzalo.
El segundo, me toca más de cerca. Cuando, hacia 1964, llegué con mi título de abogado bajo el brazo, el primer asunto a estudiar fue la estafa sufrida por mi abuelo materno, antiguo propietario de la finca La Ciénega, la misma (o casi) que hoy ocupa la atención de la ciudadanía salteña.
En el voluminoso expediente judicial existían pruebas contundentes de que la firma de mi abuelo había sido falsificada por un experto delincuente de aquellos años que, naturalmente, debió contar con la complicidad de algún escribano inescrupuloso que aceptó la firma falsa para inscribir una Escritura de compraventa que nunca existió.
Lamentablemente para los intereses de mi familia, la acciones judiciales contra aquel estafador habían prescripto y nada pude hacer.
Mis conclusiones sobre el asunto son casi obvias. Las Ciénegas son siempre peligrosas, estén en donde esté. El inmueble Finca la Ciénega arrastra una historia signada por querellas y transacciones que dan lugar a dimes y diretes.
(Para FM Aries)
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