De tarde en tarde consulto a mis amigos sesentistas si se mantienen en actividad. Mi inquietud reside, no en el aspecto laboral o profesional, sino en saber si conservan su curiosidad, su rebeldía, sus ganas de beberse las noches bailando y seduciendo. En el caso de los casados, la pregunta discreta alude a sus legítimas esposas; cuando el encuestado vive sólo, por esas cosas de la vida, la pregunta es más audaz, y se resume en una palabra inicática, pasada de moda “¿ambulas todavía?”.
En general, constato que mis amigos han moderado sus rebeldías pasadas, mantienen viva su curiosidad, sus ganas de saber, pero se retiran pronto a sus aposentos. La noche con música, luces e intentos de seducción, ha dejado de ser su amiga. Unas veces la tos, otras veces la lumbalgia, cuando no la desmemoria los aleja de estos avatares.
Algunos solteros confiesan “ambular” (o sea, salir casi obsesivamente a buscar nuevas parejas para conversar y pasar momentos agradables), pero sin mucho éxito. Desconocen las técnicas contemporáneas, su lenguaje es tan inapropiado como sus ropajes, sus habilidades en la pista de bailes, si alguna vez existió, desapareció con los años, salvo el caso de uno de ellos, gran bailarín y pícaro seductor aún a los 70 años.
Pero seguramente hay cosas que las nuevas generaciones conservan, bien es verdad que bajo otro estilo, con otras palabras y exigencias diferentes. Puesto imaginar, imagino que los jóvenes siguen cayendo atrapados por la fiebre del sábado a la noche.
Imagino peluquerías de señoras llenas desde los viernes por la tarde, aunque se haya seguramente eliminado la laca que daba forma a exóticos peinados femeninos hechos para durar hasta las 2 de la madrugada. Imagino a caballeros con vestimenta informal, en abierta diferencia con los sesentistas que bailábamos de saco y corbata y engominados. Advierto que el ferné ha desplazado al whisky.
Doy por cierto que subsisten las citas en boites y discotecas que admiten sólo parejas, y mis corresponsales me anotician de sitios especialmente diseñados para solos y solas que mantienen la antigua oferta “damas gratis”. Sospecho que han cerrado los zaguanes, que son escasas las citas en bicicleta, que ni los pudientes tienen cotorro. Intuyo que nadie seduce hablando de la soledad y la angustia, ni citando a Sartre o exhibiéndose como experto en Fellini o Bergman.
Sábados y noche han de continuar formando parte de una conjunción que atrae, propicia amores, convoca a la elegancia, refuerza la higiene con perfumes que varían según el presupuesto, despierta apetitos que se sacian en carritos sangucheros o en sofisticados restaurantes, como antes en Peche Mitre.
En fin, mis respetos a mis amigos que se baten dignamente en retirada, y un cordial saludo a quienes cada sábado en Salta reviven antiguas ceremonias íntimas.
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