Carecemos los salteños de encuestas de opinión que muestren la evolución de nuestras preferencias y preocupaciones. Sin embargo, es muy probable que la seguridad (o su ausencia) figuren en un lugar destacado; bien sea porque crece el número de delitos, bien por influencia de la televisión que nos anoticia minuto a minuto de la ola criminal que se abate sobre Buenos Aires.
En cualquier caso, los salteños y porteños preocupados por vivir en paz carecemos de ideas que nos permitan aliviar tensiones, de propuestas que nos muestren un futuro mejor en materia de seguridad. Estamos prisioneros dentro de un triángulo que forman los mensajes del Gobierno (que pretenden minimizar el problema), la impericia de la oposición (que se muestra incapaz de superar el estadio infantil de las quejas que miran para otro lado) y las incesantes noticias de robos, secuestros, asesinatos, cortes de calles, suicidios, violencia familiar, comercio de drogas, delitos medioambientales.
El ciudadano común, desorientado, busca responsabilidades unas veces en la pobreza extrema o en los asentamiento, a veces en el llamado garantismo judicial, otras en la drogadicción, cuando no en la corrupción o ineficacia policiales.
Es probable que todos estos hechos contribuyan de alguna manera a potenciar el delito y alienten el clima de temor y desasosiego ciudadanos. Pero quisiera aportar otro punto de vista, ciertamente personal.
El crecimiento del delito y del temor tiene mucho que ver con la ideología que alienta el divorcio entre los ciudadanos y sus fuerzas de seguridad; que desacredita a la policía; que se niega a organizar los derechos de las víctimas y de los victimarios en orden a la paz ciudadana; que tolera la protesta cuando se expresa por medios ilegales; que priva a los cuerpos de seguridad de instrumentos para luchar contra el delito. Estoy convencido que este y muchos de los anteriores gobiernos adhieren a esta ideología perversa que tiene a equiparar orden democrático con represión dictatorial.
En el ámbito más próximo, esta ideología se ve alimentada por la errónea creencia ciudadana de que la Policía de la Provincia de Salta comparte los vicios de la policía bonaerense. Los salteños tendríamos que mirar con ojos más atentos a la realidad que nos circunda. Y, contraviniendo aquella ideología dominante, acercarnos a nuestra policía, organizar la cooperación vecinal con la fuerzas del orden, exigir al Gobierno respeto a sus servidores y mayor esfuerzo presupuestario, solidarizarnos con los policías víctimas del delito.
Contamos, afortunadamente, con una buena policía que, de todos modos, reclama modernización, formación profesional, acceso a las nuevas tecnologías, protocolos de actuación, así como la remoción de los obstáculos que le impiden prevenir eficazmente el delito. Todo ello en el marco de un Programa de Seguridad que debería ser consensuado entre las principales organizaciones políticas y sociales.
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