Un amigo que tiene a bien escuchar mis columnas en “Compartiendo su Mañana”, me manifiesta su sorpresa porque en varias de ellas usé el término oligarquía, una palabra que parece haber perdido su fuerza y el prestigio ganado en ciertos círculos intelectuales de señalada influencia en los años sesenta y setenta.
Según los diccionarios, oligarquía es el gobierno de unos pocos, ya se trate de una familia o de una casta. Por extensión, la oligarquía es un grupo que, además del Gobierno, logra controlar los resortes del poder económico e imponer pautas de actuación social.
En Salta, a lo largo de nuestra historia, la palabra se cargó de significados levemente diferentes.
Así, fue utilizada por uno de los dos partidos hegemónicos en el siglo XIX (el orticismo) para referirse a sus adversarios (los Uriburu). Más tarde, en los años sesenta, fue usada para denostar simultáneamente a los herederos de aquellos dos viejos partidos/familias. En realidad, en estos años, la palabra servía para identificar, con sentido peyorativo, a las autodenominadas familias beneméritas.
Desde entonces y como es notorio, las cosas han cambiado mucho en nuestra Provincia. No obstante, cabría preguntarse si estos avatares han hecho desaparecer o no a la oligarquía. Sin pretender responder a esta pregunta, me atrevería a adelantar que hay nuevos grupos que detentan el poder (no sólo político) con pretensión hegemónica propia de las oligarquías.
Para identificarlos, más que repasar la lista de altas autoridades de los últimos treinta años, habría que referirse a cuatro atributos esenciales: El primero es la ambición por poseer grades extensiones de tierras compradas a buen precio. El segundo es la voracidad por el agua para regar plantaciones y mansiones. El tercero, es la relación de distante desprecio que sus agentes mantienen con el común de los mortales. El último, la pretensión (a veces lograda) de vivir por encima de la ley.
Hay muchos trabajos históricos sobre la propiedad de tierras, pocos dedicados a los derechos de agua, pero ninguno referido a la fascinante trayectoria de la segunda mitad del siglo XX.
Si alguien se tomara la tarea de bucear en nuestra realidad política y económica, seguro que podría construir un mapa de los nuevos individuos y grupos que concentran el poder con vocación excluyente. Y podría, además, identificar los territorios donde se asientan los nuevos poderosos que han sucedido a los que antaño reinaban desde La Caldera.
Los eventuales investigadores de este fenómeno salteño, tropezarían con una dificultad: La inexistencia de un marco teórico que vincule oligarquía y desprecio. Una carencia que probablemente se deba a que en otras latitudes, los poderosos, más inteligentes y antiguos que los locales, no ejercen el desprecio social como manifestación de su poder superior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario