Por mucho que nos pese, la argentina es todavía una democracia en construcción. Pero la de Salta está paralizada, cuando no envuelta en un manto de decadencia, de vulgaridad y de fraude.
Y no me refiero al fraude de antes, con policías bravas, robo de urnas, chalequeos de votantes, voto cadena, volcadas de padrón y otras artimañas con los que los conservadores evitaban el triunfo de los radicales.
El fraude en la Salta contemporánea es más sutil, pero no menos eficaz.
Cuando el que detenta el poder lo usa para ganar elecciones, comete un fraude. Cuando nuestro régimen electoral, ideado por el jurista más sagaz de mi generación, lleva a que quién obtiene el 40% de los votos logre un 5% de diputados y ningún senador, la voluntad del cuerpo electoral resulta distorsionada. Cuando el que se queda casi con todo, manipula después para desarticular a quienes se le opusieron buscando a los Borocotós de turno, viola las reglas republicanas elementales.
Un antiguo amigo mío, opa pero rico, decía que la democracia es como el futbol, el que gana 1 a 0 se lleva todo. Y esa, o casi, es la regla vigente.
Gracias a las triquiñuelas de nuestro régimen electoral, el Gobernador de turno parte como si, en la noche anterior a la apertura del comicio en las urnas se hubieran depositado un 20% de votos a su favor.
Otro tanto sucede cuando un candidato a Intendente, por poner un ejemplo, incluye en su boleta a un candidato a Gobernar con el que discrepa en todo. Esta perversa relación entre Intendentes y Gobernador, variante rebuscada de las colectoras, que obliga a los gobiernos municipales a someterse a los designios de Las Costas bajo amenaza de verse privados del pan y de la sal, es distorsiva y fraudulenta.
Cuando el dinero, público o privado, manda en la política hay fraude, además de una vía abierta a los manejos opacos. El encarecimiento de las campañas, alentado por el dinero que busca hacer negocios, echa de la contienda a los candidatos pobres. La presión de la propaganda que satura a partir del dinero que se vierte en las campañas y que cuidadosamente huye del debate de ideas, contravienen la esencia de la democracia.
Nuestro Gobernador ha envejecido abruptamente, aunque ello no se note todavía en su estampa. Su vejez es intelectual y de actitudes. Pudo haber llevado a Salta a una democracia desmontando el sultanato. Pero prefirió las mieles del poder a la dura tarea de reformar la política.
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