A lo largo de estas casi tres décadas de democracia, en Salta se han producido enormes cambios sociales; naturalmente, no todos ellos se sitúan en una senda de progreso y mejoramiento. En realidad, pese a que no siempre figuran en la agenda pública, entiendo de interés reflexionar acerca de los cambios urbanísticos y demográficos, de las transformaciones ocurridas en nuestra cultura, en nuestro lenguaje coloquial, en nuestra forma de relacionarnos.
De entre las muchas formas de constatar estos cambios, elegiré hoy aquella que se basa en la lectura de los avisos clasificados. Comparar los que se publican en la prensa de estos años con los que aparecían en los años 50, 60 o 70, es un ejercicio sorprendente.
Salta, me refiero a la ciudad capital, se ha convertido en una sociedad de servicios, con una enorme y variada oferta que viene a reemplazar a lo que antes se hacía en casa o en los zaguanes, cuando no a satisfacer necesidades antaño inimaginables. Sorprende, por ejemplo, la gran cantidad de payasos, titiriteros, animadores y juegos inflables que se ofrecen para dar vida, por una módica suma, a las fiestas infantiles desplazando a tías y padrinos que solían disfrazarse para alegrar a las sobrinas y ahijados y a sus amigos.
O los sofisticados servicios relacionados con los casamientos, en donde compiten estilistas y maquilladores, asesores amorosos (que reemplazan a antiguas celestinas, a los cursillos, y a las clásicas charlas preliminares a cargo de la madre de la novia), guionistas que se encargan de armar historias de vida de los novios, vendedores de cotillón y alquiladores de vestuario de gala, músicos y pasadores de música, fotógrafos y oradores de boda (que desean la buenaventura). La gastronomía, ha experimentado también una verdadera revolución de la mano de sofisticados chefs que ofrecen sus servicios en restaurantes o en casas particulares, para alivio de las amas de casa.
Hay sin embargo un ámbito donde, más allá de un aumento en la cantidad de ofertas, todo sigue como era entonces. Me refiero al difícil arte de deshacer entuertos, enamorar y desamorar a distancia, sanar y enfermar, encontrar lo extraviado, ganar dinero sin trabajar, eludir a los acreedores y desentrañar el futuro. Aquí, como era antes y será siempre, una corte de chamanes, sanadores, brujos, adivinos, seudo-metafísicos, parasicólogos, detectives privados, quirománticos, lectores de borra del café, husmeadores de olores privados, tarotistas, sobornadores de fámulas infieles, carteros del amor, se pone diariamente al servicio de los salteños en apuros.
En esta tensión entre cambio y permanencia, hay una noticia que me ha reconfortado: la reaparición del pan cacho malteado, un invento del inquieto panadero de la calle Sarmiento que en los años 50 se alzó con el mercado reemplazando el reparto a caballo (en manos de panaderías "La Princesa") por el reparto en bicicleta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario