Los salteños tenemos relaciones desordenadas con el agua. Cuando la ciudad fue fundada por Hernando de Lerma (recuerdo al fundador, porque los más jóvenes pueden creer, impactados por aquello de la Intendencia Isa, que nuestra ciudad capital es un invento del señor Intendente), nuestro antepasados vivían en un ámbito encharcado e insalubre. Más tarde construimos algunas obras hídricas (diques, cloacas, drenajes, tagaretes y cunetas), no todas las necesarias, sin ser capaces de mantenerla y aprovecharlas.
Desde el punto de vista doméstico, los entendidos dicen que consumimos el doble de agua que nuestros vecinos, lo que muestra una propensión al derroche (o, porque no, una exacerbación de la higiene). Tenemos hermosos ríos de montaña a los que contaminamos sin piedad. Nuestro servicio de agua corriente, donde lo hay, deja mucho que desear.
En épocas de escasez, quienes se sirven de las aguas de los ríos desatan verdaderas guerras que se traducen en asaltos y destrucciones nocturnas de las tomas. Una guerra que, por el momento, ganan los más poderosos y desaprensivos (gente que a su voracidad por las tierras baratas suma su voracidad por el agua gratis para regar enormes jardines venecianos, canchas de golf, piletas climatizadas con gas subsidiado, en tiempos de sequía).
Los entes encargados de ordenar y controlar el aprovechamiento de nuestros recursos hídricos carecen de los medios suficientes y, a veces, hasta de la voluntad política de cumplir sus cometidos. Razón por la cual los pícaros de siempre avanzan sobre las riberas y ensanchan sus propiedades ufanándose de ser dueños del río lindante.
Pero no solo los poderosos abusan, ahora y antes, de las aguas. También lo hacen los domingueros que usando de su derecho a acampar y bañarse en los ríos, los inundan de basura, de botellas, de pañales y de otros desechos contaminantes.
Las autoridades municipales no tienen tiempo de ocuparse de los ríos y entonces toleran los abusos y omiten hasta algo tan elemental como poner contenedores de basura en las zonas ocupadas por los bañistas o acampadores.
La gente normal, los ciudadanos responsables que viven en estas áreas sufren las agresiones a los ríos. Algunos hemos comenzado a organizarnos para hacer respetar la ley, para frenar los abusos y la especulación, para lograr que las autoridades ejerzan sus competencias. Si el camino que marca el Código de Aguas es la creación de consorcios de usuarios para gobernar el recurso, pues habrá que constituirlos.
Mientras, siento que es posible enamorarse de los ríos que braman, arrullan, dan vida y regeneran el ambiente. Los ríos de montañas que estoy aprendiendo a conocer y que admiro, se parecen a las bellas damas de mi juventud: seducen, acompañan, se entregan, aman y son amadas. Pero cuidado: los ríos, como aquellas damas, cuando reaccionan bravíos hacen tronar el escarmiento.
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