Sigo con especial interés y emoción los acontecimientos protagonizados por miles y miles de españoles que, por estos días, están expresando su indignación contra una situación política y económica de inusitada gravedad. Todo parece indicar que otro largo ciclo de 40 años está llegando a su fin.
Mi interés, más que académico, tiene que ver con mis lazos con España, construidos durante los 14 años que vivé en este país. Mi emoción, a su vez, se relaciona con la participación de mis hijos y sobrinos en esta singular y decisiva protesta.
Cinco millones de desocupados, la convicción de que un modelo de crecimiento económico (basado en la construcción y el turismo masivo) ha llegado a su fin, y las evidencias en el sentido de que el sistema de producción reparte inequitativamente las cargas y los beneficios, están en la raíz de la indignación de aquellos españoles.
El ajuste, abordado por el Gobierno del Presidente Zapatero de forma tardía, vacilante y con notorios errores técnicos, ha perjudicado grandemente a la masa de emigrados (muchos de ellos iberoamericanos) que llegó a España entre finales de los 90 y la primera década del nuevo siglo.
El desempleo de larga duración es la condena cotidiana de más del 40% de los jóvenes menores de 25 años. Las hipotecas abusivas agobian también a esos mismos jóvenes. La mayoría de quienes han logrado conservar su empleo sufre rebajas salariales y ha sido notificada que tendrá que trabajar más años para acceder a jubilaciones reducidas en su cuantía futura.
Las medidas del Gobierno, además de tardías, resultan claramente inequitativas en tanto han procurado atender primero las necesidades de los bancos y constructoras antes que las de los desocupados.
A su vez, las reformas propuestas por los socialistas españoles para fundar un nuevo modelo de producción y bienestar avanzan lentamente y no han logrado concitar el necesario consenso con las fuerzas de la oposición.
Mientras todo esto sucede, la crisis se arrastra durante meses y meses con la lógica secuela de desaliento, en tanto los españoles (y quienes allí residen) no perciben que el retorno a la senda de crecimiento y bienestar este cercana. Un desaliento que se potencia por el hecho de que varios países vecinos y socios (como es el caso de Alemania) están lográndolo.
Los jóvenes advierten además que los sindicatos funcionan, desde hace varias décadas, como actores que defienden a los trabajadores ocupados y mayores de 40 años que son los que disfrutan de las ventajas del modelo en materia de estabilidad en el empleo, mejoras salariales y acceso a las prestaciones del Estado de Bienestar.
Para intentar salir del atolladero, los sindicatos y las patronales, al ritmo cansino de las cosas de palacio, negocian la enésima reforma laboral, esta vez centrada en la negociación colectiva, una de las instituciones que, más allá de los cambios derivados de la libertad sindical, conserva la estructura y las rutinas definidas en tiempos del dictador Francisco Franco (continúa).
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