La del Primero de Mayo es una de las celebraciones anuales de mayor trascendencia internacional. Buena parte de la historia argentina, sobre todo de la historia de las relaciones laborales, puede reconstruirse a partir de esta celebración y de sus características.
Hubo un tiempo, antes de 1945, en el que los sindicatos argentinos eran de izquierda (anarquistas, socialistas o comunistas) y estaban construidos sobre moldes europeos. Entonces, los Primeros de Mayo se celebraran cantando La Internacional (una marcha de extraordinaria belleza), flameando banderas rojas e impugnando al régimen de turno.
Hasta que llegó el Coronel y mandó parar. Casi bruscamente los principales sindicatos y sus líderes abandonaron sus anteriores adscripciones o fueron reemplazados por quienes veían en Perón la solución de todos los problemas obreros.
Pronto el Primero de Mayo se transformó en una cita festiva que celebrara la fidelidad recíproca que unía a los trabajadores con el General y cuyos términos bien expresaba la marcha Los Muchachos Peronistas ("casi me amasijan una noche por ella").
Más tarde, en los años no peronistas, el Primero de Mayo fue fecha de luchas, de represión o de abstinencia. Pero no volverían ya, al menos en los actos masivos, las banderas rojas, ni La Internacional. Cuando en 1973 Perón intentó recrear el clima festivo de los años 50, una multitud de jovenes sedicentes peronistas protestó contra el clima festivo que incluía la elección de la Reina del Trabajo.
En tiempos de la recobrada democracia, pocos fueron los Secretarios Generales de la CGT que se animaron a ocupar tribunas ante la multitud. Saúl Ubaldini, con su discurso rabioso, honrado y sin matices fue uno de ellos.
Ahora retumba la engañosa voz del varias veces poderoso Hugo Moyano que convoca a los trabajadores ocupados y que gozan de los beneficios de un convenio colectivo; vale decir, de los 15 millones de trabajadores el señor Moyano representa, al menos en teoría, a 3 millones; son los que disponen de una media salarial mensual que ronda los 6.000$.
Por eso sus principales preocupaciones no son ni la inflación, ni la pobreza, ni la indigencia, ni menos aún la libertad y la democracia sindicales, sino las candidaturas para las próximas elecciones; sus relaciones con el Gobierno, y por su intermedio, con los jueces; el reparto de ganancias en favor de los ocupados con convenio colectivo; la defensa del monopolio sindical; el control absoluto de las obras sociales y sus negocios conexos.
Los trabajadores de todo el mundo necesitan, sin duda, sindicatos fuertes y eficaces. Pero en la Argentina las diferencias de poder y riqueza entre los trabajadores y algunos de sus dirigentes resultan irritantes.
Afortunadamente, hay indicios de que en nuestro país los trabajadores han comenzado a buscar nuevos horizontes y a construir espacios de autonomía.
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