Ante el espectáculo, tremendo para un hombre de su edad, de las luchas por sucederlo, el general Perón declaró, en 1974, que su único heredero era el pueblo.
Los conjurados hicieron poco caso a tan sabia decisión que implicaba, nada menos, que retornar a su legítimo depositario los poderes de representación cedidos, en un momento determinado de la historia, a un líder bonapartista. Las luchas continuaron por aquel entonces con la intervención de las armas; y continúan ahora por medios más sutiles.
En la actualidad, la lucha por la herencia de Perón es la lucha por apropiarse de sus símbolos, de las formas externas, de su fraseología y por reescribir la historia binaria para que los “malos”, expulsados de la Plaza de Mayo sean ahora los “buenos”, y para que los mercaderes que ingresaron al templo peronista por la puerta falsa, transmuten en sumos sacerdotes.
Se trata, en mi opinión, de una enorme operación de manipulación, que tiene en el dinero, las falsificaciones e imposturas su energía vital. Una penosa operación que nos paraliza como república democrática y que alcanza su punto más alto con la destrucción del sistema de partidos políticos que prolijamente llevan a cabo los poderosos.
Mis antiguos y honrados amigos peronistas de Salta tienen a bien invitarme, de tarde en tarde, para hablar de política, recordar acontecimientos y anécdotas, e ilusionarnos con un mundo mejor e inminente.
Aunque durante estas charlas creo percibir momentos de extrema lucidez, pronto el diálogo se adentra por senderos iniciáticos, nostálgicos, estériles. La necesidad de encontrar culpas y culpables, el recalcitrante nacional-localismo, y la consabida polivalencia de los textos peronistas históricos nos conducen pronto a un callejón sin salida.
Tengo para mí que el peronismo de Perón, ha muerto con su líder. Que el peronismo de la entrega desinteresada ha sido reemplazado definitivamente por el peronismo de los negocios. Que el peronismo de la lealtad y la sinceridad, perdió la batalla que entronizó a los mercaderes e impostores. Con el añadido de que es inútil buscar una segunda oportunidad que restituya las cosas al idílico relato del 45.
Discutir de amarillos, rojos y anaranjados, de verdes, blancos, azules y blancos o reconquistas es, dicho con todo respeto, tarea de ociosos, de historiadores independientes, o de gente definitivamente derrotada. Tanto como indagar en el ADN de los que hoy gobiernan Salta.
Preguntarse si el sistema de partidos fue destruido por la ley de lemas, las listas sábanas o las colectoras, tiene escaso interés práctico sino se parte de sólidas posiciones democráticas y pluralistas que comiencen por reconocer que los vicios de nuestro régimen institucional nacen del imperio del dinero en la política y de leyes electorales tramposas.
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