Cuando algunos apresurados celebraran el agotamiento de las protestas, los Indignados españoles han vuelto a la carga a través de una multitudinaria manifestación pacífica que llenaron de consignas y de alegría las calles de Madrid y de otras ciudades.
El movimiento, además de conservar el impulso inicial, refuerza su coherencia reivindicativa. Están cada vez más claros tanto los motivos de la protesta (que son sociales, económicos y políticos), como el rechazo a la violencia minoritaria.
Pero quiero centrarme hoy en una de las consignas coreadas el pasado 19 de junio. Y es aquella que anuncia que los manifestantes no se sienten representados por los diputados y senadores que integran las Cortes Españolas, pese a su evidente origen democrático.
Cuando centenares de miles de personas niegan representatividad nada menos que al Parlamento, revelan la existencia de graves problemas estructurales.
Adviértase este matiz: la crisis de representatividad no se constata en democracias pobres, imperfectas y débiles, sino en espacios nacionales, hasta hace poco, prósperos e institucionalmente bien articulados.
Las opiniones públicas de los países avanzados están descubriendo algo que los científicos sociales venían advirtiendo: Las democracias con economía de mercado excluyen del poder y del bienestar a un número creciente de personas.
El ejército de Indignados crece día a día: Personas que buscan un empleo decente y no lo encuentran; Personas con salarios insuficientes para cubrir las necesidades del bienestar; Personas que no pueden constituir familias; Personas que sufren la amenaza de ejecuciones hipotecarias; Personas cansadas de las minúsculas querellas políticas; Personas que sospechan que, cuando les llegue el turno, encontraran vacías las arcas de la seguridad social; Personas que se sienten expoliadas por los poderosos y por prácticas comerciales abusivas.
Pero, dentro del orden estrictamente político, hay un motivo relevante de indignación: el voto, por mor de las leyes electorales, ha dejado de ser un instrumento de participación eficaz.
Miles y miles de ciudadanos, desalentados, no votan; miles y miles de ciudadanos votan por partidos que no alcanzan escaños; miles y miles de ciudadanos votan por partidos que reúnen muchos votos y pocos escaños.
Cuando las nuevas tecnologías y las ideas avanzadas proclaman la inminencia de la democracia directa o de la tele-democracia, muchos países (España y la Argentina, entre otros), comprueban el carácter excluyente de las reglas electorales tradicionales.
Sume usted a todo ello el trasfuguismo político, que hace que su voto opositor se convierta en un voto oficialista por la fuerza seductora de los poderosos, y tendrá una foto anticipatoria de Salta.
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