Ha quedado atrás un nuevo mes güemesiano, cargado de rutinas, de retórica y de ritos que se despliegan con el propósito de afirmar una identidad centrada en lo gaucho, en el poncho y en la chicha.
Han sucedido, sin embargo, algunas cosas diferentes: Una positiva, la aparición de un libro de difusión masiva que muestra un Güemes distinto al de los manuales escolares, humano, polémico, miembro de una familia de españoles ilustrados, precoz y seductor ("El otro Güemes", de Gregorio Caro Figueroa/Lucia Solis Tolosa).
Y una cosa negativa, la feroz pelea de gauchos engalanados y sin armas que, tras desconocerse, se trenzaron a empujones y piñas, haciendo rodar por los suelos la delicada vajilla que el ceremonial de Las Costas traslada al bello lugar donde falleciera nuestro General.
Allí, gauchos de porte europeo meridional y gauchos de estirpe calchaquí, pese a estar unidos por el uniforme y la devoción, se desafiaron e insultaron con alusiones de corte racista. Diga usted que el INADI no atraviesa su mejor momento, que de lo contrario estaría armando ya un expediente.
De entre las rutinas, destaca la costumbre asentada por don Juan Carlos I "El Magnífico" y seguida a pie juntillas por don Juan Manuel I "El Joven", de que el primer mandatario de turno se calce indumentaria gaucha y marche gallardo a Las Higuerillas con un séquito de amigos, funcionarios y favorecidos.
Hay quienes sostienen que así ataviados y rodeados, ambos gobernadores sueñan con ser considerados herederos directos del joven caudillo, santanderino en los papeles y salteñísimo por vocación y méritos.
Pero la gente distinguida y benemérita del ceremonial de Las Costas, que mantiene un estilo impuesto por los asesores de la primera dama que allí reinó, no puede con el genio, y la sobriedad que era propia de Güemes y de sus gauchos pobres, troca en mesas con manteles blancos, sillas vestidas, bocaditos selectos y buen vino, como corresponde a un ágape al que asiste el Gobernador vengan sus ancestros de La Pedrera o de San Agustín.
Los discursos, como sucede en todo acto patriótico escolar, son poco innovadores; aunque se advierte que los altos funcionarios se esfuerzan por mejorar la pronunciación y por dejar trascender que ellos están haciendo nada menos que aquello que hizo o soñó Güemes.
Otros, buceadores de identidades, recuerdan nuestra afección a la gauchada: Güemes era un gaucho que hacía gauchadas, pero de las buenas.
Porque, es bueno señalarlo, hay gauchadas que expresan solidaridad, fraternidad y buenas costumbres. Pero hay otras que son sinónimo de clientelismo, nepotismo, amiguismo y galantería con dinero público. ¿Es verdaderamente gaucho aquel que, por gauchada, enchufa en el Presupuesto a parientes, amigos, vecinos, enamoradas y enamorados?
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