Como bien explica el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, “enchufar” es colocar en un cargo o destino a alguien que no tiene méritos para ello, por amistad o por influencia política. Sería lo que en Salta llamamos “acomodar”.
Vivimos, penosamente, en una sociedad donde el acomodo es la regla y el mérito la excepción.
La versión más usual del acomodo es colocar a parientes o amigos dentro del presupuesto público. El antecedente inmediato del acomodo es la “recomendación”, que no es otra cosa que una cartita que un influyente dirige a un amigo poderoso pidiéndole que enchufe a un pariente o tercer amigo.
En ciertas épocas, estos influyentes disponían de personal especializado en redactar notas de recomendación dirigidas a los presidentes del Correo o de Ferrocarriles, a subsecretarios de educación, a Ministros de Salud Pública, a Jefes de Policía o de Bomberos pidiendo enchufar a sus protegidos. Cuando se trataba de ahijados, la recomendación iba acompañada de una eficaz llamada telefónica personalizada.
En una Provincia como Salta, la magnitud del poder se mide, desde hace al menos 250 años, por la capacidad del poderoso de enchufar o acomodar primero a los parientes (y se sabe que aquí las familias son numerosas), luego a los leales (también llamados militantes), después a los amigos y a los amigos de los amigos, más tarde a los clientes, vecinos y favorecedores.
En un pasado reciente(en los Gloriosos tiempos de nuestro Primer Sultán), también el amor era eficaz argumento para enchufar en las plantas de personal a señores y señoras complacientes.
Entre nosotros, el enchufe tiene su faz negativa. Así como enchufo amigos, desenchufo a enemigos. En este caso, igualmente penoso, el poder se traduce en la capacidad de perseguir a infieles, rebeldes, iluminados o desamorados.
Adviértase que éste método se practica también en los programas sociales. El poderoso, generalmente un Intendente, coloca, acomoda a sus huestes y elimina de las nóminas a los desagradecidos (“vos ya no estás en la lista”, le explica un empleado a un paisano que pregunta por su subsidio).
Si bien el irigoyenismo y el peronismo en sus orígenes abrieron las puertas para que accedieran otros sectores sociales a los cargos públicos y a los beneficios sociales, no pudieron o no quisieron fulminar el acomodo.
Cuando digo que estos trapicheos del poder son centenarios, lejos de justificarlos, señalo mi sorpresa por la tolerancia que exhibimos los salteños ante algo que debería indignarnos. Una tolerancia que se quiebra sólo cuando uno de nosotros no es beneficiario del dedo poderoso.
¿No habrá llegado la hora de que comencemos a construir una sociedad asentada en el mérito y en la igualdad de oportunidades?.
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