Interpretar los acontecimientos, proponer soluciones, valorar a las personas y sus obras, es relativamente sencillo con la perspectiva que da el tiempo. Vale decir, a toro pasado. Lo difícil es opinar, calificar, sobre la marcha de aquellos acontecimientos; ante el toro embravecido.
También la proximidad nos impide, muchas veces, distinguir lo nuevo de lo viejo, lo bueno de lo malo, lo distinto de lo rutinario.
Fueron expertos "ojeadores" de la literatura los que rechazaron por insignificantes la obra de Proust y de García Márquez; fue un gran director técnico de Central Norte quién aconsejó al muy joven Leopoldo Jacinto Luque, después astro de la selección argentina, que se dedicara a otra cosa porque no estaba dotado para el futbol; fue un insigne rector del Colegio Nacional de Salta quien aconsejó a la madre de uno de nuestros hombres ilustres que el joven abandonara sus estudios y se dedicara a vender papas en el Mercado San Miguel.
En otras ocasiones, es la distancia la que nos oculta personalidades, talentos, o valores ¿Cómo sospechar que aquella viejecita que lleva sus nietos a la escuela fue una mujer que enardeció a las multitudes o una pícara dama que despertó pasiones fantásticas? ¿Cómo puede un vecino advertir que aquel señor que camina todas las mañanas de sol por su misma vereda es un gran poeta o un eminente cirujano?
Sólo los genios, esa rara especie, pueden acertar, y no siempre. Sólo algunos historiadores profesionales, rigurosos e independientes están capacitados para intentar explicar los hechos del pasado. Sólo los iluminados (otrora condenados a la hoguera) pueden anticiparse a los acontecimientos, poner sobre aviso a sus congéneres, disertar sobre el futuro.
Salvo, claro, en la Salta oficialista que cuenta, por lo que sabemos, con militantes que no sólo pueden predecir nuestro futuro, sino modelarlo, corregirlo para mayor gloria y honra de sus señores sucesivos.
Digo todo esto para llamar la atención sobre nuestra limitada capacidad para comprender lo que sucede mientras sucede. Por ejemplo, para comprender, interpretar y valorar los cambios, a mi modo de ver, profundos, vertiginosos aunque insuficientes, que se suceden en nuestra Salta cotidiana.
Aunque cada junio el mandamás de turno se disfrace de gaucho para ir a Las Higuerillas. Aunque el monumento al General Arenales esté siempre en su sitio y en setiembre luzca perfumado por los azahares de la Plaza 9 de Julio. Aunque los poderosos sigan siendo zafios y vulgares, Salta se transforma por obra y gracias de miles de salteños y emigrantes que inventan, invierten, crean, fabrican, piensan, escriben, dicen, pintan, bailan, cantan.
Una peluquería para niños (pensada para animar a los changuitos, tradicionalmente renuentes a cortarse el pelo),un moderno hotel por horas (con discretos salones para la previa y con un sofisticado servicio de bar), y una tienda de ropa para damas (como no, en las cercanias de la calle Dean Funes, que bien podría estar situada en un boluevar parisino) son tres manifestaciones de un proceso fascinante y a veces inadvertido.
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