Los
poderosos (me refiero a quienes controlan el Estado y los negocios, sobre todo la
especulación inmobiliaria), se sienten molestos con las discrepancias. Aspiran
a imponer sus interpretaciones de la historia, de los acontecimientos y de las
leyes, para ponerlos al servicio de su particular visión del mundo; o, lo que
es lo mismo, de su vocación de acrecentar el poder y la riqueza.
Hay una vía
rápida, aunque de no fácil tránsito: Consiste en intentar controlar los medios
masivos de comunicación. Para esto, ponen en marcha campañas de desprestigio de
la prensa y de los periodistas, manipulan los opacos dineros de la publicidad
oficial, sancionan leyes que pretextando disolver monopolios conducen a la
unanimidad. Saben, por ejemplo, que quién controla el futbol está a un paso de
controlar la opinión pública y avanzan en esta dirección aparentemente inocua.
La segunda
vía para domeñar disidencias y rebeldías se dirige a los cabecillas, a los
agitadores, a los líderes, a los ciudadanos conscientes de sus derechos, a las
organizaciones no gubernamentales libres. Vale decir, a todo aquello que unos
años atrás integraba el mundo de los subversivos. Como hoy no resulta
políticamente correcto usar este calificativo, ambiguo y repugnante, las
persecuciones prefieren las sombras, la sorpresa, la descalificación, la
persecución sutil.
Funcionan
las listas negras, los rebeldes son jaqueados por quienes tienen llegada a Las
Costas (y ahora también al Centro Cívico Municipal), el derecho a la
información pública es retaceado cuando no bloqueado. Hoy, también en Salta,
quien protesta puede ser motejado de terrorista, quién pregunta por sus
derechos es ninguneado, quién asiste como abogado a un grupo de vecinos, puede
ser interrogado como sospechoso (como me ha sucedido a mí recientemente), quién
se opone a las construcciones ilegales o defiende los bosques nativos es
presentado como un ser antisocial contrario al progreso. Por supuesto, pese a tamaña concentración de acciones contra las libertades fundamentales, contra el derecho de protesta, contra el derecho a ser informado y opinar, hay muchos medios de prensa y miles de ciudadanos que no estamos dispuestos a dejarse domesticar por los poderosos.
Será cuestión de ir sumando rebeldías; de reunir a valientes y agraviados.
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