miércoles, 26 de septiembre de 2012

De estadistas y jerarcas en Salta

Según la Real Academia Española, un estadista es una persona “con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado”. Es, también, toda persona capaz de elevar el punto de mira para analizar los asuntos públicos, a la par que incorpora el largo plazo a la hora de tomar decisiones.

Puesto a buscar la antítesis de un estadista, me inclino por la figura del Jerarca empecinado en el día a día, en los asuntos menores. Este alto burócrata vive obsesionado por perpetuarse en el poder, cae fácilmente en la demagogia y tiende a actuar sin sujeción a los principios republicanos.

En la generalidad de los casos, cuando se habla de un estadista se piensa en alguien llamado a dirigir las naciones o suficientemente preparado para ello.

Sin embargo, me asiste la convicción de que también las ciudades, grandes o pequeñas, debieran ser dirigidas no por jerarcas sino por estadistas. Vale decir, por ciudadanos altamente cualificados e imbuidos de esa especial capacidad que se requiere para elevarse por sobre lo cotidiano, para mostrar a la ciudadanía un rumbo ilusionante que organice el urbanismo y la convivencia actual y futura.

Desde este punto de vista, un buen Intendente Municipal sería entonces aquel líder en condiciones de dirigir los asuntos públicos preservando los recursos escasos (espacio, agua, energía, ambiente) y velando por el crecimiento armónico de la ciudad. Un concepto, este último, que incluye la integración social y cívica de todos los habitantes del municipio, el respeto a la particular identidad de la ciudad que le haya elegido para gobernarla, la promoción de la cultura y la participación.

Por supuesto, este imaginario Intendente-Estadista será también capaz de organizar la red de servicios esenciales teniendo presente la necesidad tanto de universalizarlos como de garantizar estándares suficientes de calidad. Desafortunadamente las principales ciudades salteñas están dirigidas por jerarcas y no por estadistas, una situación que el cuerpo electoral y el (destruido) sistema de partidos políticos deberían tratar de superar en las próximas convocatorias.

Muchos de los Intendentes del Valle de Lerma, incluido el de la ciudad capital, están destruyendo silenciosamente nuestros centros urbanos y nuestra cultura cívica. Lo hacen, por acción u omisión.

Así sucede cuando se revelan incapaces de integrar la demografía a sus decisiones y se muestran impávidos frente a las migraciones. Cuando se asocian con los especuladores inmobiliarios convalidando barrios sin espacios verdes o nuevas construcciones sin acceso al agua. También cuando dejan contaminar los ríos o destruir los bosques circundantes. O, cuando ponen todos los medios de la Municipalidad al servicio del clientelismo y del proyecto del mandamás de turno.

Estos jerarcas, por definición, huyen de los controles democráticos, se recuestan sobre la propaganda, enfiestan a los incautos y duermen tranquilos sabiendo de que cuando los frutos de su ineptitud se hagan patentes, ellos estarán a salvo.

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