Como se
sabe, tras la segunda guerra mundial emergieron grandes certezas masivas
alrededor de dos modelos de organización social: las democracias occidentales capitalistas
y las democracias comunistas del Este. Cada uno de estos órdenes en pugna
edificó instituciones, construyó un sistema de valores, exaltó sus triunfos y
procuró ocultar sus vergüenzas.
En 1989 las
certezas del “socialismo real” se derrumbaron arrastrando a los regímenes del
Este y provocando grandes impactos también en el Occidente donde el comunismo
era para muchos una esperanza y, si se quiere, un factor de equilibrio[1].Desde entonces y con el auxilio de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación en el panorama mundial se consolidaron convicciones alrededor de la supremacía de las democracias de corte occidental con economía de mercado y Estado de bienestar.
Fueron
varias las naciones que iniciaron el giro hacia el nuevo paradigma. Otras
muchas (como es el caso de la Argentina y España) decidieron acelerar y
profundizar las reformas que, se esperaba, habrían de permitirles integrarse al
exigente nuevo mundo y resolver antiguas carencias y conflictos.
Se trataba,
entonces, de construir democracias representativas con primas a las mayorías[2]
(para promover la gobernabilidad); de consolidar una suerte de bipartidismo
apto para gerenciar el modelo, con matices de derecha e izquierda; de sanear
aparatos productivos en aras de la transnacionalización y la competitividad
global; de expandir el Estado de Bienestar hasta donde lo permitiera la lógica
de acumulación capitalista; de derrumbar controladamente las fronteras
nacionales; de estructurar las sociedades en función de una idea del éxito
personal y colectivo; de liberar la producción de regulaciones, aun a riesgo de
dañar los intereses generales.
La
coordinación regional de políticas y la construcción de monedas estables (el
euro o el peso convertible, por ejemplo) fueron los desafíos supremos,
planteados y asumidos en aras de generar las condiciones para la prosperidad
local y la integración en la indetenible globalización. Metas ambiciosas que,
por supuesto, implicaban sacrificios individuales y colectivos que difícilmente
los Estados (el argentino menos que otros), en marcha hacia tan sólidas
certezas, podían compensar de modo suficiente.
El fin del
paradigma poscomunista
Ideologización,
errores de diseño, asimetrías globales, cansancios colectivos, mala gestión
política, inequidades, corrupciones y exacerbación del afán de lucro son
algunas de las causas que condujeron al derrumbe estrepitoso de aquellas
certezas.
Mientras los
seres humanos de todas las latitudes comprobábamos, con una mezcla de estupor e
indignación, tal derrumbe y sus consecuencias dañinas, no logramos construir
las nuevas certezas que habrían de permitirnos alumbrar una imprescindible era
de libertad, paz y justicia. En el centro de esta incapacidad, tan transitoria
como exasperante, sobresale la ausencia de pensadores en condiciones de
explicar lo sucedido y proponer un nuevo rumbo ilusionante.
Diríase que
esas carencias han comenzado a disminuir en el mundo de las ciencias políticas,
en donde el concepto de democracia
constitucional (FERRAJOLI[3]), las propuestas de mayores espacios de
autonomía individual y colectiva, y las ideas en favor de criterios de
representatividad de todas las minorías, preanuncian la construcción de un
marco político institucional más democrático, libre y tendencialmente
igualitario.
No cabe, por
supuesto, suponer que el curso cansino de los acontecimientos habrá de
conducirnos automáticamente a un futuro tal; tampoco es prudente desdeñar los
peligros que, al socaire de la crisis, representan el autoritarismo, el
populismo, la desmesura, el mesianismo el híper-liberalismo y otras formas de
degradación de la democracia clásica (TODOROV[4]).
En el
terreno económico las cosas están, penosamente y pese a los esfuerzos de
pensadores como KRUGMAN[5],
menos claras; sobre todo en el arduo debate que enfrenta a los defensores de la
austeridad a ultranza con los promotores de incentivos económicos de corte
keynesiano. Sin embargo, pareciera que la globalización tal y como fue
presentada en las últimas dos décadas ha de sufrir una postergación indefinida,
en tanto ni las naciones ni las instituciones supranacionales están preparados
para el gobierno global. La pregunta que se impone es si durante este largo
interregno volveremos a la autarquía (cierre generalizado de fronteras al
tránsito de personas, capitales y mercancías) o si es más aconsejable reforzar
las instancias regionales o subregionales.
Existen, a
mi entender, dos ámbitos sustantivos y un espacio metodológico donde la
globalización no puede ni debe retroceder: me refiero a la defensa del ambiente
frente a los riesgos globales (BECK[6]),
a la cosmopolitización de los derechos fundamentales, y a la mirada cosmopolita
para comprender y situarse en la ciudad y el mundo. Y un tercer ámbito en donde
debieran revisarse los instrumentos sin renegar de los grandes objetivos:
promover los intercambios internacionales en un marco de igualdad de
oportunidades y no discriminación.Cuando la mirada se vuelca hacia los aspectos personales y sociales, se hace patente la necesidad de fuerzas e instituciones democráticas en condiciones de poner fin a la sed ilimitada de riquezas, de desalentar el consumismo, de armonizar el crecimiento demográfico con las restricciones que marca la naturaleza (SARTORI[7]), y de recentrar los valores (CORTINA[8]). La crisis contemporánea revela hasta qué punto los mega-millonarios del mundo y sus socios, tras haber generado la explosión, han puesto a salvo sus patrimonios y privilegios.
El nuevo
mundo por construir tendrá púes que apostar fuertemente por la paz, la
solidaridad, la familia, la responsabilidad, la sobriedad en las costumbres, la
ética republicana, la igualdad de oportunidades y el respeto a todas las
diversidades. Si bien muchas personas lo han advertido ya, la consolidación del
nuevo escenario aquí esbozado
patentizará la imprescindible necesidad de redefinir los conceptos de
éxito y vida buena o realizada (FERRY[9]).
Vaqueros (Salta), 6 de octubre de 2012.
(Una versión reducida de esta nota se publica en "El Tribuno" de hoy)
[1] Sobre este y otros puntos de interés para
esta nota, véase HOBSBAWM, Eric “Cómo
cambiar el mundo”, Editorial CRITICA, Buenos Aires – 2011.
[2] Las leyes electorales “corregían” el principio de igual valor del voto
argumentando la necesidad de promover la construcción de mayorías que, a su
vez, facilitaran el gobierno de sociedades crecientemente plurales. Los pisos
electorales y otras técnicas excluyeron a muchas minorías y, en más de una
ocasión, forzaron la polarización de la ciudadanía. El caso del régimen
electoral salteño muestra la exacerbación de estas técnicas “correctoras” que
“fabrican” híper-mayorías y segregan a las minorías (GOMEZ DIEZ, Ricardo “Democracia, valor del voto y representación
política en Salta”, 2012).
[3] FERRAJOLI, Luigi “Poderes salvajes. La crisis de la democracia constitucional”,
Editorial TROTTA, Madrid – 2011. Al prevenir contra los efectos de las seudo
democracias mayoritarias, TODOROV señala que “para evitar que la voluntad del pueblo sufra los efectos de una emoción
pasajera o de una hábil manipulación de la opinión, debe ajustare a los grandes
principios definidos tras una madura reflexión y consignados en la Constitución
del país, o simplemente heredados de la sabiduría popular” (TODOROV,
Tzvetan “Los enemigos íntimos de la
democracia”, Editorial GALAXIA-GUTEMBERG, Buenos Aires – 2012, página 13).
[4] TODOROV, T. obra citada. Del mismo autor “El miedo a los bárbaros”, Editorial
GALAXIA-GUTEMBERG, Barcelona – 2008.
[5] KRUGMAN, Paul “Acabemos ya con esta crisis”, Editorial CRÍTICA, Buenos Aires –
2012.
[6] BECK, Ulrich “La mirada cosmopolita, o la guerra es la paz”. Editorial PAIDOS,
Barcelona 2005.
[7] SARTORI, Giovanni “La tierra explota. Superpoblación
y desarrollo”, Editorial TAURUS, Madrid –
2003.
[8] CORTINA, Adela, CAMPS, Victoria
y GARCÍA DELGADO, José Luis “Democracia
de calidad frente a la crisis”, documento del Circulo Cívico de Opinión,
Madrid – 2012: “Los
años de bonanza económica pasados han propiciado una cultura de la irresponsabilidad
y del dinero fácil, que ha traído consigo corrupción, evasión de impuestos y un
consumismo voraz. Si algo puede enseñar la crisis es que debe cambiar la
jerarquía de valores transformando las formas de vida, entendiendo que el
bienestar no se nutre solo de bienes materiales y consumibles. Formas de vida
que fortalezcan cultural y espiritualmente al individuo y a la sociedad con
valores como la solidaridad, la cooperación, la pasión por el saber, el
autodominio, la austeridad, la previsión o el trabajo bien hecho”.
[9] FERRY, Luc ¿Qué es una vida realizada? Para
este autor, “en el universo del consumo
globalizado, todo sucede como si la realización de la vida no guardase relación
alguna con la identificación de un principio cósmico, religioso o utópico, sino
simplemente con la voluntad de poder, es decir, con la identificación máxima de
la propia existencia individual. Ante la ausencia de toda referencia exterior o
superior al individuo, la vida buena es la vida vivida mas plenamente, es aquella
en la que uno es verdaderamente uno mismo…” (página 57).
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