Mucho
hablamos del feroz avance de la Presidenta sobre la independencia de los
jueces. También del penoso verticalismo que impera en el Congreso de la Nación.
Ambas degradaciones de la democracia constitucional se verifican también en
Salta, aunque en este caso las operaciones que apuntan a la extrema
concentración del poder se realizan al amparo de una cierta abulia provinciana.
Sin embargo,
se habla menos de dos maniobras de idéntica intencionalidad y de gran calado
que llevan a cabo, con leves matices pero similar eficacia, doña Cristina
Fernández de Kirchner y don Juan Manuel Urtubey. Me refiero a la politización
de las Administraciones Públicas (AAPP) y al avasallamiento de las autonomías
municipales.
Las administraciones públicas como herramienta partidista
Las Administraciones
Públicas son, entre otras cosas, el lugar en donde los ciudadanos nos
relacionamos con el Estado. La ventanilla de la Secretaría de Ambiente de Salta,
por poner un ejemplo, es el sitio en donde se concretan nuestros reclamos y
peticiones; en la trastienda de este escueto lugar, se despliega lo que se
conoce como burocracia estatal. Un cuerpo que incluye pocos y sufridos funcionarios
de carrera, altos jerarcas que responden a los dictados y deseos del
Gobernador, y una apreciable cantidad de empleados designados discrecionalmente
por los gobiernos de turno.
Contemporáneamente
una Administración Pública es democrática cuando el Estado garantiza: La
supremacía de la constitución y de las leyes sobre el poder director del
Gobierno; el control judicial de los actos administrativos; el derecho de los
ciudadanos a participar en la administración y acceder a la información pública;
y la designación por concurso de todos los cargos administrativos, desde el
nivel inferior hasta las Direcciones Generales.
Como
fácilmente comprueba a diario quién realiza gestiones o tiene abiertas
instancias administrativas, estos cuatro caminos se encuentran empantanados en
Salta y en otras jurisdicciones. La “misma sangre”, el amiguismo, la
obsecuencia o la galantería son algunas de las vías de acceso a los empleos
públicos. Es seguro que pertenecer a La Cámpora pesa más que un doctorado u
otras manifestaciones de idoneidad.
Mientras que
en el ámbito nacional el control judicial de los actos administrativos ha sido
severamente erosionado por la reciente Ley que prácticamente elimina las
medidas cautelares, en Provincias como Salta el acceso a la información pública
resulta retaceado por reglamentos autoritarios, u obstruido por prácticas feudales.
A su vez, la sujeción de las AAPP a la Ley tropieza con la “verticalización” de
las legislaturas y con la lisa y llana arbitrariedad de los burócratas de
turno.
Los municipios como oficinas del poder central
En la
Argentina, la autonomía municipal, otrora considerada uno de los pilares del
Estado Democrático, ha sido arrasada, aun cuando asistamos a un larvado combate
entre la Presidenta de la República y los Gobernadores para ver quién obtiene
la obediencia incondicional de Intendentes y Concejales.
El mismo
teléfono que sirve para influir en pleitos y sentencias, se usa para persuadir
a los Intendentes acerca de la conveniencia de acatar órdenes, movilizar
militantes, montar festivales o repartir vino o ayudas a cambio de votos. Los
recursos públicos de arbitraria asignación cumplen el mismo papel indigno. De
modo que no debiera sorprendernos que luego de votar a un Intendente que
integraba una lista opositora al Gobernador, el elegido esté pronto a saltar el
cerco y sumarse al oficialismo.
Pero la
supresión de las autonomías municipales tiene varias facetas más. De un lado,
la asfixia económica que termina alentando el transfuguismo; vale decir el paso
de la lealtad al votante, a la lealtad al gobernante. De otro, la negligencia o
la pura ineficacia que convierte a muchos municipios en tierra de nadie o en espacios
en donde reina la ley de la selva.
Para
ejemplificar estas situaciones podría referirme al caso de varios Municipios
del Valle de Lerma, en uno de los cuales un alto funcionario suele relatar sus
dificultades para hacer cumplir Ordenanzas cuando las mismas colisionan con los
intereses de los “pesos pesados” de la zona.
No obstante,
prefiero centrarme aquí en aspectos generales y poner énfasis en las penurias y
problemas que este estado de cosas provoca en los habitantes de los municipios
que luchan por el acceso al agua, al transporte y las comunicaciones; que
procuran el mantenimiento y señalización de caminos, la iluminación de espacios
públicos; o que defienden la vigencia de la Ley de Bosques Nativos o sus
derechos a vivir en pueblos y ciudades suficientemente seguros, urbanizados y
solidarios.
Cuando esta
mirada sobre los gobiernos municipales se dirige a la realidad comunitaria
salteña, es fácil advertir que la insignificancia de los Intendentes, los
vacíos normativos o la violación de las reglas, favorecen a la prepotencia de
unos y se asientan sobre la negligencia cívica de otros, en un contexto crecientemente
autoritario.
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