Preciso es reconocer que un cierto fatalismo forma
parte de nuestra identidad colectiva. Un fatalismo que hoy nos lleva a vivir
sobresaltados, sospechando que en cualquier momento estallará una Gran Crisis
que nos empobrecerá bruscamente y nos dejará sin empleo, sin ahorros, sin
oportunidades. Una tormenta perfecta que sacará a miles y miles de argentinos a
las calles: Unos exigiendo un cambio de gobierno; otros, asaltando comercios
para proveerse de lo que carecen.
Es cierto que, por estos días, tal sensación
agónica está alimentada por las crecientes dificultades que soportan las
economías familiares, y por hechos que revelan impericia de nuestros
gobernantes frente a problemas complejos.
Es cierto también que aquel humor colectivo recrudece
cuando recordamos o nos anoticiamos de las “grandes crisis” vividas en los
últimos años: El “rodrigazo” (1975), las híper inflaciones (1982, 1989 y 1990),
el fin de la convertibilidad (2001), fueron terremotos que destruyeron nuestra
moneda, impusieron cambios en el régimen económico, sembraron pobreza,
violencia y desempleo, o provocaron graves alteraciones institucionales. Por consiguiente,
ateniéndonos a nuestra historia, una Gran Crisis requiere la confluencia de
factores externos y de acontecimientos económicos y políticos locales.
La economía
exterior
Por encima de estrategias autárquicas, el
deterioro de los términos de intercambio internacional (TII), la ralentización de
la economía global, o las restricciones financieras internacionales han estado
siempre presentes en las Grandes Crisis argentinas.
Si bien algunos organismos internacionales
han comenzado a advertir tendencias que perjudicarían a nuestro comercio
exterior (caída del precio de los alimentos), esos tres factores exógenos han
tenido hasta aquí un comportamiento positivo para nuestro país, de modo que sería
aventurado afirmar que la temida Gran Crisis ha de venir del lado externo.
La
gobernabilidad
Como no podía ser de otro modo, tanto el
“rodrigazo” como el fin de la convertibilidad estuvieron asociados a sus
respectivos contextos políticos. En 1975 el Gobierno de la Presidente Isabel
Perón aparecía acosado por el terrorismo y por la irresponsabilidad de los
sindicatos oficiales; en paralelo, la derecha civil y militar había decidido
instaurar una dictadura. En 2001, el Gobierno del Presidente Fernando de la Rúa
había perdido el apoyo de su partido, carecía de mayoría parlamentaria, y se
enfrentaba a una poderosa coalición, liderada por el peronismo bonaerense, e
integrada por el empresariado industrial, que derrocó al Presidente y
administró premios y castigos.
Distinta es la situación actual: El Gobierno está
en condiciones de adoptar las medidas necesarias para superar los problemas
económicos. Por lo tanto, en este terreno, las amenazas de una Gran Crisis no
vienen de aspectos vinculados con la gobernabilidad, sino de dos factores
atribuibles sólo al equipo gobernante: a) La cerrazón ideológica, que lo hace
perseverar en su voluntad de controlar todos los precios, y decidir quién
pierde y quien gana; b) Los errores técnicos, las carencias comunicativas y la
ausencia de una alternativa al modelo de capitalismo “de amigos” intervenido
por el Estado.
Controlar todos los precios de una economía
compleja como la Argentina es algo así como querer reformar por decreto la ley
de gravedad. No obstante, la Presidente, siguiendo un viejo anhelo peronista,
persiste en una decisión inútil y distorsiva. Ignora que los “formadores de
precios” (incluyendo dentro de esta categoría a prácticamente todos los agentes
económicos y sociales) disponen de poderes capaces de torcer la voluntad del
Estado. En realidad, los grandes empresarios (del campo y la ciudad) y los
grandes sindicatos están en condiciones de vetar actos de la política económica
o, en el peor de los casos, de defenderse de las decisiones del gobierno o de
trasladar sus costos a consumidores y usuarios.
Caminos que
conducen a una Gran Crisis
Pese a que en el horizonte próximo existen
favorables condiciones externas y no se advierten problemas de gobernabilidad,
las actuales dificultades (inflación, tipo de cambio, déficit público, energía)
podrían abocarnos a una Gran Crisis si el Gobierno de doña Cristina FERNÁNDEZ
de KIRCHER termina por exasperar a la mayoría de los argentinos con sus relatos
cargados de fantasías y voluntarismos.
Pero, tal y como ocurriera en 1975, el
principal peligro para la estabilidad económica y la paz social viene de las
medidas y acciones vinculadas con la distribución de las rentas. Conviene
recordar que en 1954, ante una severa crisis, el Presidente PERON dijo: “Se ha repartido todo lo posible; para
repartir más, hay que producir más”. Si las grandes empresas pretenden maximizar
sus ganancias y, simétricamente, los sindicatos recaen en la irresponsabilidad
del sálvese quién pueda, tendremos, lamentablemente, servida una nueva Gran
Crisis que, quizá, se conozca con el nombre de “cristinazo”. Ojalá el Gobierno
atine a rectificar y a definir un plan que frene el deterioro económico y nos
sitúe en la senda del crecimiento, la productividad y la paz social.
(Para "El Tribuno" de Salta)
1 comentario:
¿Cómo queremos que funcione una sociedad que retiene el rédito del esfuerzo? ¿Quién se esforzaría? http://proyectoactitud.blogspot.com
Publicar un comentario