sábado, 15 de febrero de 2014

REFORMAR EL COMERCIO Y LOS SERVICIOS, Y EDUCAR AL CONSUMIDOR


Vivimos, en la Argentina y en Salta, inmersos en un “capitalismo salvaje”, que es -además- un “capitalismo de amigos”. Agobiados por un régimen que ha logrado trasvasar a la economía una regla maoísta pensada para organizar las relaciones políticas: “Al amigo, todo. Al enemigo, ni justicia”. Lo muestra, por ejemplo, el caso de los juegos de azar, transformados en máquina de esquilmar a quienes caen en sus redes, para financiar la actividad política de los amigos poderosos.

Cuando hablo de “capitalismo salvaje”, pienso en la ausencia o ineficacia de los poderes que toda democracia constitucional desarrolla para moderar las furias del mercado. En nuestro concreto caso, el Estado (el mismo que se apropia de casi la mitad del esfuerzo nacional y que erosiona nuestros ingresos emitiendo toneladas de papel moneda), se ha convertido en actor y promotor de las salvajadas de actores económicos desbocados. Las cúpulas sindicales, asociadas al régimen, sólo atinan a ensayar -como acaba de recordarlo la Presidenta Kirchner ante un atónito señor Caló- las viejas recetas defensivas que rezuman ideas corporativas e insolidarias. Las organizaciones no gubernamentales navegan entre la indiferencia de los poderes públicos, su escaso peso representativo y la falta de recursos para enfrentar a los “poderes salvajes” que están adueñándose del futuro de todos. Es el caso de la especulación inmobiliaria que destruye la ciudad de Salta ante la mirada boba de sus autoridades y alimenta una burbuja que amenaza el patrimonio de pequeños ahorristas.

La “Cámpora” o cada uno de nosotros

Como he recordado en una columna anterior, el peronismo redescubre periódicamente su pasión por controlar todos los precios y anunciar que perseguirá a reales o presuntos “agiotistas y especuladores”. Lo hace algunas veces apelando a caras amables (como la del histórico Secretario de Comercio de Perón, don Miguel Revestido), y otras a rostros fieros y a modales iracundos. Pese a que no hay antecedentes de que esta obsesión haya producido beneficios duraderos para el conjunto social, el kirchnerismo se muestra inasequible al desaliento.

Si en los años de 1970 el Gobierno exhortaba a las juventudes voluntarias y a los sindicatos a recorrer comercios y fronteras para desenmascarar a los desaprensivos, en los agitados meses que corren la Presidente Kirchner moviliza a sus jóvenes rentados con el mismo propósito. Pero, al menos yo, no veo resultados tangibles; los precios, como lo explicaba Perón, siguen subiendo por el ascensor mientras los salarios (de los que tienen empleo) procuran movilizarse a través de escaleras cada vez más estrechas y precarias. Por tanto, he decidido revisar mis compras cotidianas tratando de eludir a los agentes de este “capitalismo salvaje”, y buscando nuevos proveedores: Así he logrado rebajar el precio que venía pagando por la miel, frutas y verduras, lácteos, artículos de limpieza e higiene, bebidas, dulces e incluso, comidas preparadas.

Mi nueva estrategia de aprovisionamiento huye de los supermercados tradicionales (que esquilman tanto a sus proveedores como a sus clientes, entre los que hay que contar los beneficiarios de los planes sociales), abandonar marcas presuntuosas, y buscar pequeños comercios, productores directos, artesanos, ofertas leales, mayoristas. La tarea no es fácil porque hay que recorrer, preguntar, comparar y regatear como en Marrakech, pero el resultado es bueno y se traduce en un ahorro estimable.

Mientras tanto, el Gobierno, fiel a su férreo compromiso con el “capitalismo salvaje” cierra a machete las mini importaciones, a través de las cuales pequeños consumidores encontraban en China productos, calidades y precios impensables en la Argentina. Para colmo, amenaza con cruzar la línea roja y restringir la importación de libros, dañando la circulación de ideas. Hay que decir que esta ola de reforzada autarquía perjudica a los consumidores y, exponencialmente, beneficia a los agentes locales del “capitalismo salvaje”; sobre todo a la cadena textil y de electrodomésticos.

Reformar las estructuras comerciales

Mis visitas a nuevos proveedores de bienes para el consumo doméstico, confirma mi percepción de que hace falta encarar una reforma de las estructuras comerciales para liquidar monopolios y descentralizar el tráfico de mercaderías. Resulta igualmente imprescindible rebajar el IVA y los fletes (el señor Urtubey, a quién aburren estas minucias, y busca convertirse en un gran actor nacional, acaba de referirse a esto). Tanto como educar a consumidores y usuarios y promover a sus organizaciones. Obligar a que cada uno exhiba sus precios y abordar la estructura del sector servicios es también urgente si de verdad queremos abatir a la inflación. Tenemos que pensar cómo impedir los abusos que, al socaire de la inflación, pone por las nubes las tarifas de electricistas, plomeros, instaladores, albañiles, gasistas, fleteros, informáticos o profesionales liberales. Por supuesto, esto funcionará en el marco de una política económica distinta, coherente y rigurosa, que se proponga como objetivos el empleo, la productividad y el bienestar.       
(Para "El Tribuno" de Salta)
 

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