Salta está literalmente paralizada. No sólo
por la recesión económica que se extiende como una mancha de aceite sobre toda
la Argentina. Está paralizada también por la ineptitud de un régimen político
cuyos líderes solo piensan en perpetuarse. Está bloqueada por instituciones
obsoletas que distorsionan la voluntad del electorado e impiden que las
riquezas de Salta se pongan en marcha para liquidar centurias de pobreza y
exclusión.
Pese a nuestro potencial para producir
Alimentos y Combustibles, Salta -por encima de maquillajes estadísticos-,
exhibe los peores indicadores sociales. Así lo revela un reciente estudio
elaborado por la Universidad Católica Argentina (“Estado del Desarrollo Humano y Social en el Gran Salta”).
En este escenario, el vértice que reside en
Las Costas pretende impedir (y muchas veces lo logra) que las fuerzas creativas
de Salta se expresen y muestren un camino diferente capaz de reconstruir
ilusiones. Los esfuerzos por domesticar sindicatos, organizaciones empresarias,
colegios profesionales, jueces, legisladores, intendentes, medios de
comunicación y centros vecinales muestran la verdadera vocación hegemónica de
aquel vértice opaco. Otro tanto sucede con su penoso empeño por ahogar a quienes
defienden (en la calle o en estrados judiciales) el ambiente, reclaman la
vigencia de los derechos fundamentales o denuncian los atropellos cotidianos.
Nos encontramos, entonces, no ante un simple
problema de Gestión (que algunos formulan señalando que “el equipo de gobierno no sabe gestionar”), sino ante un problema de
Proyecto. Las pocas ideas positivas del actual elenco gobernante naufragan en
la ineficacia o perecen ante una coyuntura económica implacable. Incluso una de
sus más audaces ideas –la que busca convertir a la pobreza en una herramienta
electoral al servicio de experimentos dinásticos-, cayó fulminada por los
últimos resultados electorales.
Un sueño
individual
Sin embargo, el proyecto más falaz y
pernicioso para Salta es aquel que pretende colocar al señor Juan Manuel
Urtubey en la escena política nacional, sea como precandidato a Presidente o
Vicepresidente de la Nación, sea como Vicepresidente honorario del Partido al
que pertenece.
No pretendo aquí negar el legítimo derecho de
nuestro Gobernador a incursionar en tales riesgos; tampoco pretendo cuestionar
sus ambiciones personales. Mi intención es poner de manifiesto que, en su
singular epopeya, el Gobernador viene hipotecando el futuro de los salteños. En
aras de su vano proyecto presidencialista, el señor Urtubey abandonó el ideario
federal que entronca con los verdaderos intereses de nuestra Provincia, hasta
transformarse en un manso seguidor de las imposiciones porteñas.
Así, consiente la confiscación del 15% de los
aportes patronales a la Seguridad Social y la liquidación de regalías y
retenciones en perjuicio de Salta. O convalida las medidas aduaneras o
legislativas que asfixian a nuestra producción de Alimentos y de Combustibles.
Es aquel “sucursalismo” (funcional a su mezquino proyecto personal) el que le
lleva a tolerar los avances de la Nación sobre la riqueza hidro carburífera y
agroalimentaria, a acompañar una política centralista basada en la inflación y
en la emisión monetaria que licúa los mecanismos de coparticipación de
impuestos. Sabe que, para introducirse en la exigente grilla de candidatos bien
mirados desde Olivos, debe guardar silencio ante los desaguisados de la
Cancillería argentina en el caso de nuestra frontera con Bolivia, o ante el
desdén con el que Buenos Aires mira nuestros grandes sueños regionales como el
Bermejo o el Ferrocarril.
Para poner
en marcha el motor institucional
Salta es una sociedad injusta y estancada. Y
lo es, principalmente porque sus anacrónicas instituciones de gobierno lo hacen
inevitable. Son las reelecciones y las falacias electorales las que generan
malos gobiernos, las que anulan la división de poderes y alientan proyectos
dinásticos; las que consienten viciosas relaciones entre los negocios privados
y la política; las que asocian el éxito profesional o empresarial a las
cercanías al Poder; las que fuerzan la existencia de un único Proyecto de rango
menor: Aquel que ve a Salta resignada, anclada en la pobreza subsidiada, con un
Gobernador cuya única misión es acatar órdenes centrales, pagar sueldos,
favorecer a amigos y mendigar subsidios.
Para vencer tamaños obstáculos, debemos
encarar una profunda reforma política que requiere de la participación de todos.
Es preciso, además, fijar una Agenda Federal
que enuncie nuestros firmes reclamos en contra del ancestral centralismo que
tanto daño hizo y hace al Norte argentino. Se trata de ejercer nuestra
soberanía hidro carburífera y hacer realidad la reforma constitucional de 1994,
de lograr una Ley de Coparticipación de impuestos que incluya la emisión
monetaria (fuente de inflación y de empobrecimiento de los territorios
federales), de recuperar impuestos y facultades regulatorias cedidos en otros
contextos, de depurar la legislación nacional sobre alimentos, combustibles y
comercio exterior de reglas contrarias a la autonomía de las provincias, de
imponer un Plan de Infraestructuras al servicio de la producción , del empleo y
de la integración de Salta en el mundo.
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