Los salteños hemos delegado demasiados poderes en nuestros gobernantes, y no ejercemos un control eficaz sobre su ejercicio.
Esto se ve muy claro en el ámbito de los municipios. Esos órganos raquíticos que, salvo excepciones, son correas de transmisión de los aparatos populistas.
Mucha fiesta, mucho reparto discrecional, pero pocos servicios capaces de atener las nuevas necesidades de los vecinos. En realidad, ni las nuevas (vinculadas, por ejemplo, a la drogadicción, a la violencia familiar, a la incultura sexual, a la defensa del medio ambiente), ni tampoco a las tradicionales como son la recogida de basura, el alcantarillado o el desmalezamiento.
Los vecinos de un sector de Vaqueros saben mucho de esto, cuando andan por sus callejuelas polvorientas y deben soportar la suciedad de los ríos, la precariedad de los caminos, el abandono de las veredas, o el deficiente servicio de recogida de basura.
Para ser justos, habría que reconocer que hay también paisanos que con su conducta incivil añaden mugre a la mugre.
Con el agravante de que los vecinos sufrientes carecen de vocación asociativa y se conforman con hablar mal del Intendente en voz baja. De hecho, los cerca de 5.000 habitantes de Vaqueros cuentan con una sola Asociación Vecinal en actividad.
Allí, como en casi toda Salta, el movimiento vecinalista tropieza con dificultades y se debate entre la sordera oficial y la negligencia cívica.
La creciente inseguridad de la zona, las plagas que amenazan la salud y los desafíos que plantea la nueva Ley de Bosques parecieran argumentos suficientes para romper aquella apatía.
Al menos así debiera ocurrir en una zona como Vaqueros y La Caldera el 70% de cuya superficie esta cubierta de bosques nativos y cuenta con reservas de agua y biodiversidad que solamente la movilización ciudadana podrá proteger.
(Para FM ARIES)
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