No hay dudas históricas acerca de que nuestros comprovincianos los Lules vivían en estas tierras antes de que llegaran los españoles con su fe, sus caballos, sus ambiciones y sus arcabuces.
En cambio, no hay certezas respecto del sitio donde habitaban antes de la conquista. Mientras algunos los sitúan en el Chaco salteño (vinculándolos con los ataques a Esteco), otros los ubican en el Valle de Lerma, desde donde hacia 1558 se sumaron a la revuelta liderada por don Juan Calchaquí.
Estas imprecisiones históricas tienen mucho que ver con la feroz política de extrañamientos y traslados que los españoles ejecutaron para castigar la insumisión. Es probable que muchos Lules fueran llevados por la fuerza a Tucumán, al Departamento de su nombre.
Pero es también cierto que otros Lules permanecieron en este Valle de Lerma y que conviven hoy pacíficamente con españoles, criollos, mestizos, y demás hombres del mundo que quisieron y quieren habitar nuestro suelo al amparo del Preámbulo constitucional.
Muchas familias de Lules llevan centenares de años viviendo en Finca Las Costas siendo, casualmente, vecinos del Gobernador.
Quienes los conocen dan testimonio de su civismo, de su contracción al trabajo, de sus prácticas higiénicas, de su respeto por el medio ambiente. Son hombres y mujeres de buena voluntad.
Todas estas cualidades no han sido suficientes para detener la solapada agresión de que han sido objeto recientemente, cuando personas organizadas decidieron ocupar sus tierras y avanzar sobre sus explotaciones agrícolas.
Al parecer, políticos indocumentados e irresponsables habrían prometido estas tierras a quienes hace unos días decidieron “hacer realidad la esperanza”, aún a costa de los derechos de los Lules.
Los jueces deberían restablecer el orden. Y los políticos cumplir sus promesas, dentro de la Ley y sin humillar a los Lules.
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