La democracia participativa, a la que hice ayer una breve alusión, demanda y genera grandes cantidades de lo que se ha dado en llamar “capital social”.
Es este un concepto sociológico, relativamente novedoso, que permite conocer mejor a nuestras modernas sociedades, en tanto facilita la medición de comportamientos individuales y colectivos, así como el análisis de valores e instituciones.
Diré, para avanzar en el tema de hoy, que una determinada sociedad es más sólida, libre y equitativa, en función de la cultura de sus miembros, pero también de la calidad de sus dirigentes y líderes y de sus redes asociativas.
A partir de esta reflexión, me atrevería a sostener que Salta muestra un apreciable déficit de capital social. Al menos en el sentido de que nuestras redes asociativas son poco densas y aparecen lastradas unas veces por el intervencionismo estatal y, otras, por una cierta apatía cívica, compatible con el fervor político-electoral.
Existen, sin embargo, indicios de que han comenzado a surgir (aun de manera informal) asociaciones vecinales, organizaciones no gubernamentales, foros culturales, centros solidarios y agrupamientos de “objeto único” que completan (o compiten) con los tradicionales partidos, sindicatos y cámaras empresarias.
Este incipiente desarrollo reproduce, a mi modesto entender, las conocidas carencias en materia de dirección y liderazgo.
Dicho de otro modo: Salta precisa de iniciativas tendientes a promover la creación de asociaciones y de acciones encaminadas a mejorar continuamente la formación de dirigentes y líderes.
O sea, de programas que, aprovechando las cualidades naturales de nuestros ciudadanos (activistas empecinados, buenos oradores, mejores polemistas), las complementen con el acceso a técnicas de dirección, comunicación, gestión y liderazgo.
(Para FM Aries)
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