La salteña es una sociedad dada a la diatriba y a los homenajes. También a las complicidades, a la piedad, a la iracundia y al olvido.
Estos sentimientos y conductas circulan en la vida política y social, entre profesionales y obreros, en el recinto familiar y en las oficinas.
A veces se expresan abiertamente. Otras circulan entre murmullos.
En el mundo de la política diatribas y homenajes se suceden de manera sorprendente, y el elogio de hoy bien puede augurar la recriminación de mañana.
La abolición de la costumbre de retarse a duelo, el ocaso de ciertas ideas acerca del honor, y una creciente tolerancia hacen más llevaderos estos giros.
En mis épocas de joven irreverente, era un lugar común calificar a ciertos personajes, influyentes y exitosos, como vacas sagradas.
El apelativo pretendía poner de relieve una forma de estar en el mundo, que incluía el caminar erguido con gesto adusto, el vestir tradicional, y un cuidado lenguaje. En realidad, vaca sagrada era aquel que, en cada gesto, se celebraba a si mismo.
En los años sesenta había vacas sagradas de izquierda y de derecha. Eran personajes distantes, importantes y que marcaban pautas en sus respectivas áreas de influencia.
Confrontábamos, casi siempre, con estos exponentes de un mundo que pretendíamos cambiar.
Nuestro sueño de un “hombre nuevo” y de una sociedad igualitaria incluía el deseo de enviar al desván a estos señores acartonados y tradicionalistas.
Pero había quienes soñaban, no con destruir a estos símbolos, sino en desplazarlos convirtiéndose luego en vacas sagradas renovadas.
Algunos lo consiguieron. A ellos, este tiempo de desprecios y desmemoria, y la desaparición de los grandes oradores fúnebres les priva de un merecido homenaje.
(Para FM Aries)
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