La Argentina, tras sucesivas dictaduras, inició varias transiciones hacia la democracia que dieron paso a las Presidencias de Juan Domingo Perón (1946), Arturo Frondizi (1958), Arturo U. Illia (1963), Héctor Cámpora (1973) y Raúl Alfonsín (1983).
Muchas fracasaron al no haber logrado pacificar los espíritus ni asentar los equilibrios fundamentales.
Afortunadamente, la transición iniciada hace ahora 26 años puede considerarse exitosa, pese a los nubarrones que, de tanto en tanto, aparecen sobre nuestra economía; a las turbulencias que sacuden a nuestra estructura social; y a nuestra incapacidad para cerrar definitivamente el capítulo mas sangriento de nuestra historia contemporánea.
La opinión pública argentina y la llamada clase dirigente, recuerdan con admiración el proceso a través del cual los españoles llegaron a la democracia y solventaron las consecuencias de la guerra civil, incluso las más trágicas.
Se impone entonces una pregunta casi obvia ¿Cómo es posible que los españoles hayan hecho tan rápido y tan bien lo que a nosotros está costándonos tanto?
Las razones son, a mi modesto entender, muchas e intrincadas. Me referiré sólo a aquellas que tienen que ver con lo que me atrevería a llamar las emociones dominantes.
En este sentido, mientras que en la Argentina hizo y hace furor una de las mas desafortunadas frases del General Perón (al amigo, todo; al enemigo, ni justicia), la transición española fue desarrollándose dentro de un clima que expresan bien una canción emblemática en los años 70: “Libertad sin ira”, y aquella frase cantada por Víctor Manuel: “Aquí cabemos todos, o no cabe ni dios”.
Entre nosotros, la intolerancia disfrazada con ropajes diversos, el “ordeno y mando”, la aversión a lo distinto, y el sectarismo excluyente tienen aún demasiado peso en el escenario mayor de la política.
(Para FM Aries)
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